Esa tarde, una vez nos instalamos en el hotel, marchamos prestos hacia San Sebastián. Aparcamos por la parte de atrás del monte Urgull, en un tramo del Paseo Nuevo que se asoma al mar Cantábrico. Sabíamos que el domingo por la tarde el estacionamiento en el Paseo Nuevo era gratuito. Y tuvimos suerte al dar con una plaza libre al inicio de la calle.
El Paseo Nuevo está trazado entre el mar Cantábrico y la cara norte del monte Urgull. Caminar por él, con las olas golpeando el espigón, fue la mejor manera de acercarnos al centro histórico de San Sebastián.
El Paseo Nuevo cuenta con varios miradores: a la bahía de La Concha, a la isla de Santa Clara, a la playa de Zurriola y al Kursaal, dependiendo del punto del paseo en el que te encuentres.
El primer mirador donde nos detuvimos fue el Balcón del Paseo Nuevo, que nos brindó buenas vistas de un mar Cantábrico muy relajadito.
Avanzamos hacia el casco viejo de San Sebastián por el Paseo Nuevo, con el monte Urgull siempre a nuestra izquierda. Transcurridos diez minutos alcanzamos la Construcción Vacía, una curiosa escultura construida por Jorge Oteiza en 1954.
Nos detuvimos varios minutos en este punto del Paseo Nuevo, por dos motivos: para admirar la escultura de Oteiza y para tomar buenas fotos de la isla de Santa Clara, que preside la bahía de San Sebastián. La isla se encuentra a unos 400 metros de la costa y tiene aproximadamente 5,6 hectáreas.
La isla de Santa Clara está cubierta de vegetación y alberga una pequeña playa que sólo emerge con la marea baja. Hay también un pequeño faro y varios miradores con vistas espectaculares. El punto más alto de la isla alcanza los 48 metros.
Nuestro interesante recorrido por el Paseo Nuevo, entre el mar y el monte Urgull, concluye en la plaza Blasco Imaz. Desde el mirador de la plaza nos deleitamos con una sublime vista de San Sebastián, con el puerto en primer término y La Concha cerrando la bahía.
A nuestros pies se abría el paseo del Muelle, con viejos edificios que actualmente acogen el Museo Marítimo y la Escuela de Vela, entre otros.
A través del paseo del Castillo (Gaztelubide), que discurre por la parte alta de la muralla, entre los edificios del paseo del Muelle y el monte Urgull, caminamos en dirección al casco viejo.
Desde la barandilla del paseo, por encima de los edificios, disfrutamos de unas maravillosas vistas de la bahía y de la playa de La Concha. Fue la mejor manera de acercarnos al puerto de San Sebastián.
Al final del largo paseo del Castillo fuimos a parar al Mirador del Puerto, una alta atalaya levantada sobre la muralla defensiva, que nos brindó una de las vistas más emblemáticas y hermosas de San Sebastián.
Entre el puerto y el monte Urgull se extiende la muralla medieval, que forma parte de las antiguas fortificaciones defensivas de San Sebastián. Por medio de unas escaleras exteriores pudimos alcanzar las calles del casco viejo.
A lo largo de los años, la muralla ha sido restaurada para preservar su estructura y mantener su valor histórico. A través de la Puerta del Mar, abierta en la muralla, pudimos completar esta ruta acercándonos al puerto pesquero y deportivo.
El puerto está dividido en dos secciones: una parte dedicada a la pesca y otra a embarcaciones deportivas y recreativas. A última hora de la tarde, todas las barcas ya descansaban en el muelle.
El casco histórico de San Sebastián está repleto de tascas, bares y tabernas donde se exhiben y degustan exquisitos pinchos. Elegimos uno al azar, bar Bartolo, cenamos algunos de estos pequeños manjares, por supuesto, regados con txacolí, el vino vasco por excelencia.
El alojamiento en San Sebastián es caro todo el año. Por eso decidimos alojarnos en las afueras, concretamente en el hotel Ametzagaña, un complejo hotelero de dos estrellas ubicado al sur de la ciudad. Ametzagaña no nos acabó de convencer: acceso complicado en un nudo de carreteras, chinches en la habitación (nos dieron otra)...
Como puntos a su favor, cabe decir que el hotel se convirtió en el punto de partida para acometer excursiones por la provincia de Guipúzcoa. También cabe reseñar que, tanto el desayuno como la cena estuvieron a la altura, y que el aparcamiento era gratuito, lo cual fue de agradecer.