La primera etapa de este súper viaje por el norte de España comienza en Madrid. Una jornada en la capital dio para mucho. Nos movimos por el centro histórico y por la Castellana, casi siempre a pie.
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Madrid, con dos días, fue la ciudad donde más tiempo estuvimos. Las visitas a los monumentos y una noche de juerga en compañía de Carlos y Pili, nuestros colegas de Moratalaz, marcaron el feliz paso por la capital.
Nos alojamos en una económica pensión sita en la calle Carretas, a dos pasos de la Puerta del Sol. La ruta que realizamos por el casco histórico nos llevó a pisar el kilómetro cero de todas las carreteras que parten de Madrid, y a admirar su reloj, que gracias a las televisivas doce campanadas de Fin de Año, se suma al espectáculo navideño de uva y cava. Otros rincones que también pateamos fueron la Gran Vía y la plaza Mayor, edificada por Gómez de Mora en 1619 durante el reinado de Felipe III.
Torres Kio. Madrid |
Gran Vía de Madrid |
Una jornada en Salamanca y otra en León resume nuestro paso por Castilla y León. Dos días fueron suficientes para descubrir dos ciudades históricas, que cuentan con un amplio y rico patrimonio arquitectónico.
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Iniciamos nuestro periplo hacia la cornisa cantábrica por Castilla y León. El primer día hicimos parada y fonda en Salamanca. Nos hospedamos a dos manzanas de la monumental plaza Mayor, quizá la más bella de las plazas porticadas de España, y al caer la tarde nos embriagamos de su incipiente ambiente estudiantil. Recorrimos a pie su apretado casco histórico, repleto de monumentos, desde la plaza de la catedral hasta el puente romano.
Calle Compañía. Salamanca |
Catedral Nueva de Salamanca |
Plaza Mayor de Salamanca |
Cubrimos en autobús los 200 kilómetros que separan Salamanca de León por la vía de la Plata. Nos hospedamos en un hostal próximo a la estación de autobuses, y a continuación nos dirigimos al corazón del centro histórico. De camino admiramos la Casa Botines (1892), un edificio neogótico de singular belleza, obra del genial Antoni Gaudí. Junto a él vimos el palacio de los Guzmanes (s. XVI), de estilo renacentista.
Cerca de estos edificios se levanta la catedral de León, acabada en el siglo XIV. Visitamos el interior del templo "¡oh milagro!", sin tener que abonar entrada, cosa extraña tratándose de uno de los edificios religiosos más impresionantes de España.
Parador Nacional de León |
Catedral de León |
El centro y oriente de Asturias constituye la tercera etapa del viaje. En dos días visitamos Oviedo, Gijon, Covadonga, Cangas de Onís, Ribadesella y llanes. Lo mejor de las dos jornadas estuvo en la rica gastronomía y en el santuario de Covadonga.
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Entramos en Asturias a lo grande, superando el emblemático puerto de Pajares, situado a 1.360 metros de altitud. El primer contacto con suelo asturiano llegó pronto, nada más detenernos en Oviedo.
La capital del Principado cuenta con un rico legado histórico-artístico: catedral, plaza Corrada del Obispo, plaza del Paraguas, plaza del Fontán, teatro Campoamor... Por la tarde, tras un rico almuerzo fabero, nos dirigimos en bus de línea al cercano monte Naranco para contemplar dos joyas del prerrománico asturiano del siglo IX: San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco.
Teatro Campoamor de Oviedo |
S. Miguel de Lillo. Oviedo |
Por la tarde, un nuevo autobús nos acercó hasta Gijón, hermosa ciudad que se asoma al Cantábrico, y que nos brindó la oportunidad de saborear buena sidra y queso de cabrales en compañía de dos chicas viajeras, mi hermana y su amiga. Ellas venían del País Vasco y se dirigían a Galicia.
En Gijón, paseamos por la playa de San Lorenzo, nos aupamos hasta el cerro de Santa Catalina, un privilegiado observatorio de la ciudad y el mar Cantábrico, que destaca por acoger la obra "Elogio del Horizonte", de Eduardo Chillida. En el centro histórico, no debéis perderos la plaza Mayor y la plaza de Jovellanos, el mejor lugar para degustar sidra y queso en alguna taberna.
Playa de San Lorenzo. Gijón |
Cerro Santa Catalina. Gijón |
A bordo de trenes Feve, con transbordo en El Berrón, alcanzamos la población de Arriondas, a orillas del río Sella. Desde allí, un autobús nos condujo hasta Covadonga, mágico lugar de peregrinación y destino obligado de los visitantes que, como yo, queremos contemplar naturaleza en estado puro. En la misma montaña donde se inició el Reino de Asturias se encuentra la Cueva Santa, cuyo interior alberga la imagen de la Virgen de Covadonga, una capilla neo-románica y la tumba de Pelayo.
Virgen de Covadonga |
Catedral de Covadonga |
Rey Pelayo. Covadonga |
Esa tarde, tras una breve estancia en Cangas de Onís (admiramos su puente románico sobre el río Sella), partimos hacia Ribadesella, turística villa emplazada en la desembocadura del río Sella, famosa por albergar la cueva del Tito Bustillo, y por alojar un coqueto centro histórico.
Río Sella. Cangas de Onís |
Ribadesella |
Un nuevo autobús nos lleva a Llanes, villa histórica amurallada, con un torreón medieval, que constituye un importante núcleo de veraneo.
La cuarta etapa corresponde a Cantabria. Un día y medio, con noche en una pensión de Santander, fue un triste bagaje. La región cántabra posee encantadores rincones que, años más tarde, sí que pude saborear al cien por cien.
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La primera ciudad cántabra que apareció en escena fue San Vicente de la Barquera. Asentada entre el mar y los cercanos picos de Europa, la villa nos proporcionó el segundo baño consecutivo en las frías aguas del mar Cantábrico. En el centro histórico vimos la iglesia de Los Ángeles (siglos XIII y XVI), el castillo y las murallas, que datan del siglo VIII, y otros edificios de los siglos XV y XVI. A mediodía partimos en un autobús hacia Santander, la capital de Cantabria.
El autobús nos dejó muy cerca de la estación de Renfe. Nos instalamos en un hostal económico y, después de almorzar, iniciamos la visita al centro histórico a pie. Vimos la catedral, la iglesia del Cristo, la plaza de Alfonso XIII, con sus monumentos, el Ayuntamiento y la zona portuaria.
A continuación recorrimos pausadamente el parque público de la Magadalena, que acoge el palacio Real (sede de la universidad Menéndez Pelayo) y un pequeño zoo con animales diversos. Concluimos la visita a la ciudad en la playa del Sardinero, frente al Casino, uno de los edificios que más se asocian con la imagen de Santander.
Palacio de la Magdalena. Santander |
Casino del Sardinero. Santander |
El broche de oro al viaje lo puso Euskadi. Visitamos Bilbao y Vitoria, dos de las capitales vascas, y el último día, antes de regresar a Barcelona, aún tuvimos tiempo de pasear por Logroño, la capital de La Rioja.
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Llegamos a Bilbao a mediodía, en autobús, procedentes de la cercana Santander. Nos quedamos en el centro histórico, que recorrimos embelesados. Cerca de la ría vimos el Ayuntamiento, el parque de Doña Casilda (1912), de corte e inspiración francesa, y la plaza Nueva, de estilo neoclásico. El museo Guggenheim exhibía una exposición de motos que no quisimos perdernos.
Museo Guggenheim. Bilbao |
Plaza Nueva. Bilbao |
Por la tarde, tras degustar un rico menú vizcaíno en un céntrico restaurante, montamos en un autobús y partimos hacia Vitoria. En la calle Francia dimos con la sencilla pensión Mari, que nos gustó por estar en pleno centro histórico.
El almendrado centro histórico de Vitoria se visita en una tarde. Iniciamos la ruta en la popular plaza de la Virgen Blanca, que acoge el monumento a la Batalla de Vitoria, y en su vecina plaza de España, de arquitectura neoclásica. Continuamos por la plaza del Machete, que acoge la estatua de Don Celedón, célebre por ser el artífice del comienzo de la Fiesta Mayor de Vitoria. Por la calle Cuchillería alcanzamos el punto más elevado del antiguo Gasteiz, que alberga la vieja catedral de Santa María y las murallas. En otra plaza, de la Burullería, admiramos bellos edificios de los siglos XV y XVI, como El Portalón, así como la Torre de Doña Ochanda, una casa fuerte del siglo XV provista de una robusta muralla.
Palacio Ajuria Enea. Vitoria |
El Portalón. Vitoria |
Logroño, la brillante capital riojana, bañada por el Ebro y cincelada por el camino de Santiago, puso el colofón a este maravilloso, cultural y gastronómico viaje, donde no pudo faltar el buen tapeo y el buen vinito de rioja en compañía de Rubén, mi buen amigo judeño, que hizo de eficiente anfitrión.