Calle Mestni. Liubliana |
Superado el túnel transfronterizo con Italia, nos detuvimos en la frontera austriaca. Eran las tres y media de la madrugada. Y a partir de aquí ya no pude dormir más. El destino del tren era Viena, y me quedé vigilando para poder apearnos en Villach, primera población austriaca donde nos detuvimos, situada en el valle del río Drava. Aquí haríamos transbordo para tomar el tren que iba de Viena a Belgrado, vía Liubliana y Zágreb.
Eran las cuatro de la mañana cuando nos apeamos en la estación Hauptbahnof de Villach. Faltaban dos horas para tomar el siguiente tren, tiempo que aprovechamos para desayunar y pasear por la villa bajo la amenaza de fuertes aguaceros. De hecho, todo estaba mojado y, para estar en agosto, diríase que hacía frío.
No pegué ojo durante el corto trayecto que realizó el tren entre Villach y Liubliana. Me acerqué al cristal para contemplar el bello paisaje alpino por el que nos deslizábamos, primero por Austria (nos libramos de abonar el 50% del billete) y luego, tras sortear un largo túnel, por territorio esloveno.
El convoy serpenteaba entre los Alpes Julianos y la cordillera Caravanche, o Karavanke, descendiendo por el valle del río Sava. Pasamos por la insustancial Jesenice, con sus grises edificios de hormigón destacando tristemente entre las altas praderas alpinas. Y a las nueve y media llegamos a la estación Central de Liubliana.
Dejamos las mochilas en la consigna de la estación y nos dirigimos al centro histórico caminando por la céntrica avenida Miklosiceva. Pasamos junto a la iglesia franciscana, yendo a parar a una plaza que precede a los Tres Puentes, uno de los emblemas de la ciudad. Desde aquí, en lo alto de la colina bajo la que se fundó la primitiva Liubliana, avistamos el castillo, de origen medieval.
Cruzamos el río Liublanica por los Tres Puentes, accediendo así al pequeño centro histórico. Pasamos por la catedral de San Nicolás, edificada en el lugar que ocupó una antigua basílica románica de tres naves. Pero nosotros encontramos más entretenido zigzaguear por el mercado anexo. A continuación nos fuimos a ver los pocos restos que quedan de la muralla Romana.
Con una vida tranquila y apacible, lejos del bullicio que nos ofrecen otras capitales del Viejo Continente, Liubliana nos brindó una genial mezcla proveniente de la antigua Yugoslavia, aires de Austria e influencia italiana.
Un ejemplo de esta mezcolanza de arquitectura la encontramos en la calle Stari, que acoge el Ayuntamiento, o en la peatonal calle Mestni, con sus edificios pintados en tonos pastel. También estuvo bien el almuerzo en una terraza. Asesorados por el camarero, tomamos unos ricos sandwiches de carne.
Partimos de Liubliana a las tres y media de la tarde, con una hora de retraso sobre el horario previsto, a bordo de un tren regional cuyo destino final era Zágreb. En todo momento, el tren descendió junto al río Sava, cuyas aguas se precipitaban con cierta fuerza por un angosto valle. Eso es lo que vi durante la primera parte del trayecto, porque el resto, hasta la frontera con Croacia, viajé sumido en una agradable y necesaria siesta.