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![]() Plaza Jelacica |
El tren procedente de Liubliana se detuvo en la frontera con Croacia. A partir de ese punto, hasta Zágreb, el billete Interrail no era válido, pero el interventor no nos cobró el 50% del precio del trayecto. Tuvimos suerte. Llegamos a la estación central de Zágreb a las siete de la tarde. Localizamos el youth hostel de la avenida Zrinjevac, el que habíamos elegido por su privilegiada situación en la Ciudad Baja, o Donji Grad, (entre la estación de tren y la céntrica plaza Jelacica). Y al caer la noche, después de cenar en un bar, regresamos a la estación para comprar los billetes de tren a Split para la noche siguiente (20€).
De madrugada, mientras dormíamos en el hostel, una fuerte tormenta azotó la ciudad. La ventana de la habitación estaba abierta y entró agua en la moqueta, mojando mi mochila y parte de la ropa que habíamos tendido en una cuerda. Al menos esa mañana, mientras nos dirigíamos a pie a la céntrica plaza Jelacica, el elemento líquido nos respetó.
El ajetreo propio de la plaza Jelacica, frecuentada por numerosos tranvías azules, me hizo entender que me hallaba en el corazón de la ciudad. Me gustó lo que estaba viendo, aunque la lluvia hizo acto de presencia, y en unos segundos comenzó a caer con fuerza. La oficina de turismo nos vino bien para guarecernos.
Abandonamos la plaza Jelacica por la comercial calle Ilica, una de las más largas y animadas de Zágreb. Y a mano derecha, en una estrecha callejuela (calle Tomic), vimos el funicular de Uspinjaca, que une la Ciudad Baja con la Alta. Junto al funicular, dominando la Ciudad Alta, admiramos la Torre Lotrscak, uno de los símbolos de Zágreb, construida en el siglo XIII como parte de la muralla que rodeaba a la ciudad para defender la entrada sur.
Caminando hacia el sur de la calle Ilica fuimos a parar a las plazas de Roosvelt y de Mazuranic, que concentran un buen puñado de palacios reconvertidos en museos: Museo Mimara, Museo de Arte Contemporáneo, Museo Etnográfico, etc.
Al norte del Museo de Arte, en la plaza de la República de Croacia, nos retratamos junto al Teatro Nacional croata, edificio construido en 1840.
A pocos pasos de la plaza Jelacica, en dirección norte, accedimos al barrio de Kaptol por la plaza de la Catedral. En su centro contemplamos la fuente con la estatua de la Asunción de la Virgen María, un monumento que simboliza la madre de Dios y los cuatro ángeles de la virtud, y que debería encandilar a los devotos de la Iglesia.
En un lateral de la plaza se encuentra la catedral de Zágreb, de estilo gótico, comenzada a construir en 1093. Se trata del edificio más alto de Croacia, y en su interior podréis admirar altas columnas. Cuando yo visité Zágreb el acceso era gratuito, de lo contrario no habría entrado.
A continuación ascendimos por la principal calle del barrio, la calle Kaptol, para luego deshacer el camino por la peatonal calle Opatovina, una de las más históricas y bonitas de Zágreb, con las típicas casas rematadas con tejados rojos.
Y al final de la calle Opatovina dimos con el gran mercado de Dolac, con sus decenas de puestos guarecidos por enormes paraguas. Aquí podías encontrar prácticamente de todo, desde ropa y fruta, hasta artículos militares. Era mediodía y el mercado estaba atestado de gente.
Al este del barrio Kaptol, en lo más alto de una colina que domina el río Sava, se encuentra Gornji Grad, el viejo Zágreb, que constituye el primitivo asentamiento de la ciudad. Llegamos a él subiendo por unas escaleras de piedra. En la parte más alta, siguiendo las indicaciones del mapa que nos dieron en la oficina de turismo, localizamos la iglesia de San Marcos, caracterizada por tener en su tejado los colores rojos, azules y blancos, que simbolizan el escudo de armas de Zágreb.
A continuación caminamos por lo alto del muro que protege la Ciudad Alta. Hacia el sureste contemplamos una buena vista panorámica de la catedral, y en el sentido opuesto admiramos el monumento de Antun Gustav Matos: una estatua de bronce que representa a un tipo sentado en un banco. Y a la altura de la torre Lotrscak, nos sorprendió nuevamente la visión del funicular de Uspinjaca, que con sus 66 metros de vía lo convierte en uno de los funiculares de transporte público más cortos del mundo.
Esa tarde, tras tomar un rico y tardío almuerzo en un restaurante de la calle Ilica, nos volvió a sorprender la lluvia. Rayos, truenos, relámpagos y el consiguiente diluvio, consiguieron apartarnos de la ruta turística por el espacio de dos horas. La plaza Jelacica, oscura y lúgubre, no se parecía en nada a la que vi esa misma mañana.
Cuando dejó de llover, pasamos por el youth hostel, recogimos las mochilas y marchamos al parque Tomislav, que precede a la estación de tren, y que acoge la estatua ecuestre del rey Tomislav. La tormenta originó que bajara la temperatura de forma acusada.
Una locomotora y dos vagones era la triste composición del expreso nocturno que unía Zágreb con Split. La saturación de viajeros en los compartimentos no permitían que pudiéramos estirar los asientos para formar camas. Pero todo cambió minutos antes de partir, pues nuevos vagones fueron enganchados al furgón de cola. Movimos ficha rápidamente, caminamos hacia uno de ellos y nos agenciamos un compartimento vacío. Ahora sí, echamos el cierre, estiramos los sillones y nos dispusimos a dormir cómodamente. El tren salió puntual de Zágreb, a las 23:15. Split y Dalmacia nos aguardaban.