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![]() Museo de Marco Polo. Korcula |
En el puerto de Split habíamos adquirido los billetes para el barco de las dos de la tarde, un moderno catamarán que nos llevaría a Vela Luka (isla de Korcula) en menos de dos horas. Era la forma más rápida de llegar, por eso habíamos descartado otras opciones más lentas. Y a las dos de la tarde, con puntualidad, zarpamos del paseo Marítimo de Split, lugar donde estaba atracado nuestro rápido transporte.
Las aguas del Adriático estaban en calma durante la primera media hora de trayecto, pero a partir del estrecho que separa las islas de Solta y Brac, la cosa cambió. El mar se embraveció, el barco se agitó y yo comencé a marearme y a vomitar. Me recompuse un poco cuando el ferry atracó en el puerto de Hvar, en la isla homónima, pero en el trayecto final volví a las andadas.
En Vela Luka (korcula), montamos en un autobús y partimos hacia Korcula, la capital. Recorrimos la isla de punta a punta (unos 45 km), por una carretera de montaña que acabó con las pocas esperanzas que tenía de despejarme. Llegados a Korcula, una muchedumbre rodeó el autobús en busca de turistas. Ofrecían apartamentos turísticos, y nos quedamos con uno a razón de 40€.
En Korcula encontramos gente muy amable y servicial. De camino al centro histórico, mi colega Miguel Ángel preguntó a una mujer si tenía hilo y aguja para coser su mochila, y ocurrió algo inesperado. La señora nos invitó a pasar al patio de su casa, y mientras cosía la mochila en una mesa del porche, con vistas al mar, nos sirvió vino casero (de su cosecha) y un buen plato de higos.
Bajamos del barrio alto y fuimos a parar al puerto pesquero de Korcula, que a última hora de la tarde, con las barquitas amarradas, nos ofreció una maravillosa panorámica del mar Adriático y las islas próximas. Fue un atardecer maravilloso.
Más adelante, pasamos por una playa de guijarros donde se bañaban unos niños, y rodeando el puerto por el paseo Martítimo, dimos con la oficina de información turística. En su interior nos explicaron la forma alternativa de llegar a Dubrovnik al día siguiente: barco, autobús, barco y autobús (la forma más rápida: autobús directo entre Orebic y Dubrovnik, no pudo ser por no haber plazas).
A continuación penetramos en el compacto centro histórico de Korcula, conocido como la Villa Medieval, de influencia veneciana. Caminamos por calles estrechas, empedradas y peatonales, jalonadas de casonas del siglo XV.
Pasamos por la catedral y luego nos detuvimos frente a una pequeña capilla. Se trataba del Museo de Marco Polo, donde algunos quieren situar el lugar donde nació este legendario marinero. Abonamos la entrada, y en su interior vimos maquetas de barcos, mobiliario de la época, cartas de navegación y mapas con las distintas rutas que siguió el navegante.
El día anterior, al caer la noche, habíamos paseado junto a la muralla que cierra la Ciudad Medieval y la protege del mar. Y esa mañana, al zarpar del puerto en el ferry de Orebic, la vimos en todo su esplendor, con sus robustos torreones destacando en primer término y la Ciudad Medieval detrás, agazapada. Sin duda alguna, la mejor panorámica de Korcula está en el mar.
Conforme el ferry se alejaba del puerto, aparecían nuevas perspectivas de Korcula, a cada cual mejor. En esta foto podéis ver la larga muralla que sigue la línea de la costa, los tejados rojos de las casas y, por encima de ellos, la torre de la catedral. Y todo rodeado por un frondoso bosque y aderezado por un velero. Korcula me enamoró.
Unos diez kilómetros separan por mar Korcula de Orebic, población establecida al sur de la península de Peljesac. Tardamos veinte minutos en cubrir la distancia, en un pequeño ferry que no admitía vehículos.
Orebic es un pequeño pueblo integrado por pequeñas casas situadas junto al mar, al abrigo de una alta montaña. Cerca del puerto estaba la estación de autobuses, y como faltaban 40 minutos para que llegara nuestro bus a Trpanj, decidimos aventurarnos hasta una playa próxima. Fue una pena no disponer de más tiempo, pues habríamos saboreado las cristalinas aguas de la cala.
El autobús llegó puntual, y a las diez en punto emprendimos la marcha por una sinuosa carretera de montaña que debía conducirnos hasta la cara norte de la península de Peljesac. Tardamos 45 minutos en alcanzar Trpanj (yo lo llamo Trápani), desde cuyo puerto debíamos embarcar hasta Ploce.
El final de esta alocada aventura había llegado con la travesía en ferry entre Trpanj y Ploce, un trayecto que cubrimos en poco menos de una hora. En esta ocasión viajamos en un barco de mayor calado que sí admitía vehículos. En Ploce nos aguardaba un nuevo autobús cuyo destino final era Dubrovnik (ver siguiente etapa).