Nada más aterrizar de madrugada en el aeropuerto de Gatwick, Isidoro y yo nos apresuramos en coger el tren y partir raudos hacia Londres. No nos dimos cuenta y montamos en un convoy especial que no efectuaba paradas intermedias, por lo que el revisor nos reclamó un suplemento que no habíamos sacado. No teníamos libras, mas el hombre desenfundó su datáfono y nos desplumó las tarjetas de crédito.
¿Qué se puede ver o hacer en Londres en cuatro horas? La ruta que hicimos nosotros, siempre a pie, tuvo su origen en la emblemática estación de Victoria, sita en la calle del mismo nombre.
Al final de la calle Victoria nos dimos de bruces con la abadía de Westminster y, cruzando brevemente el río Támesis, contemplamos la mejor vista panorámica del Parlamento y el Big Ben.
A continuación paseamos por la calle Whitehall, con sus monumentos british y el callejón del Downing street, que aloja la casita del primer ministro británico.
A partir de Trafalgar Square penetramos en el corazón de la ciudad. Pasamos por Piccadilly Circus, la plaza más concurrida y luminosa de Londres. Aunque a esas prontas horas, la encontramos como nunca, es decir, vacía.
Acto seguido, caminando por la desangelada calle Regent, fuimos a parar a Oxford Street, la principal vía comercial de la ciudad.
Después de desayunar en el único local que vimos abierto y que aceptara pago con tarjeta, un McDonald's de la calle Oxford, paseamos por el otoñal y desolado Hyde Park, cubierto de un manto de hojas. Regresamos a la estación Victoria a tiempo de tomar otro tren rápido.
Nos presentamos en el aeropuerto de Gatwick con el tiempo justo para embarcar y volar a Barcelona. Uno de los empleados que controlaba la puerta de embarque nos preguntó si queríamos que nuestras maletas fueran cargadas en el avión. ¿Cómo pudo saber que nos habíamos ausentado del aeropuerto por unas horas para visitar Londres? Por supuesto, le dijimos que sí. No íbamos a volar a Barcelona sin nuestro equipaje.