Palacio de Buckingham |
Esa madrugada llegamos a Ramsgate en el ferry procedente de Ostende, Bélgica. No habíamos pegado ojo en toda la noche, y los primeros minutos en tierras británicas, a bordo del primer tren con destino a Londres, los cubrí medio adormilado. En la londinense estación Victoria nos dijeron que no había alojamiento hasta transcurridos tres días, lo que trastocó nuestros planes iniciales. El plan B nos obligaría a marchar a la mañana siguiente a Edimburgo.
Lejos de preocuparnos por el alojamiento, decidimos emplear esa jornada en descubrir Londres. Y como estábamos en Westminster, nos acercamos a su principal atracción turística: la abadía de Westminster. Visitamos su recargado interior, prestando atención a la magnificencia de las naves y a las tumbas de ilustres personajes, caso de Isaac Newton.
Poco después, tras cruzar el río Támesis por el puente de Westminster, contemplamos la torre del Reloj, o Big Ben, el elemento arquitectónico que más se asocia con la imagen de la ciudad.
Desde la orilla meridional del río Támesis tendréis la mejor vista panorámica del palacio de Westminster, en inglés The Houses of Parliament, que alberga las dos cámaras del Parlamento del Reino Unido (la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes). El palacio, que es uno de los cuatro lugares Patrimonio de la Humanidad de la ciudad de Londres, declarado por la Unesco en 1987.
Y en Trafalgar Square, los amantes de las batallitas podréis contemplar el monumento del almirante Nelson, que dirigió la victoria británica sobre la española Armada Invencible. La estructura se levantó con los restos de algunos cañones recuperados de los barcos hundidos. En las inmediaciones de esta plaza encontraréis muchos locales de comida rápida donde mover el bigote por un precio razonable.
La siguiente etapa del Londres más clásico nos condujo al parque de Saint James, que junto al Green Park, es uno de los dos pulmones verdes que rodea el palacio de Buckingham. Desde la verja contemplamos el suntuoso palacete, infestado de ventanas que iluminan decenas de habitaciones. Unos tanto y otros, por no tener, no teníamos ni una triste cama donde pasar la noche. No vimos el metódico cambio de la guardia real (aconteció por la mañana), pero no le dimos importancia.
Caminando hacia el norte por el corazón de Green Park fuimos a parar a la avenida Piccadilly, trazada en el elegante barrio de Mayfair. A través de ella alcanzamos Piccadilly Circus, la plaza más vistosa y estrafalaria de Londres, que es sinónimo de ocio y diversión. Repleta de gente a cualquier hora del día, se recomienda visitarla de noche para ver los carteles publicitarios iluminados.
No había camas en Londres a precio económico las tres siguientes noches. Aun y así, fuimos a echar un vistazo al hostel The Generator, en Bloomsbury. Y así fue como nos restregaron en la cara lo que ya sabíamos, que estaba lleno. Reservamos dos camas a cuatro noches vista, y escapamos de Londres en un tren de la British Railway con destino al aeropuerto de Gatwick. Esa noche nos tocó dormir en los asientos de una sala de espera. Menos mal que no tenían reposabrazos en medio.
Cinco horas separan Edimburgo de la londinense estación de Saint Pancras por ferrocarril, y son varios los convoyes que cubren la ruta a lo largo del día. En nuestro caso, tras haber pernoctado en el aeropuerto de Gatwick, partimos en el tren de las ocho. Eso sí, antes de ponernos en marcha, pasamos de forma casual por la cercana Kings Cross, estación inmortalizada en la saga de Harry Potter por ser punto de partida del genial mago hacia Hogwarts. Y digo casual, porque creímos que los trenes a Escocia salían de esta estación.