Edimburgo |
Una de las grandes ventajas que tiene llegar a Edimburgo en tren es que su principal estación, Waverley, se encuentra en pleno centro, a un paso de los principales puntos de interés de la ciudad. En la oficina de turismo que hay en el vestíbulo podréis obtener información y, como fue nuestro caso, un plano urbano escrito en castellano.
Siguiendo los consejos que nos dieron en la oficina de turismo, nos desplazamos a pie por la calle Princes hasta Calton Hill, una de las siete colinas con que cuenta la ciudad. Aparte de contemplar la mejor vista panorámica de Edimburgo, en la colina descubrimos interesantes edificios y monumentos de estilo neoclásico. Por todo ello, Calton Hill está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La Ciudad vieja es una bulliciosa zona repleta de vida, con edificios centenarios y estrechos callejones. En su centro, situado sobre una alta colina, se encuentra el castillo de Edimburgo, del periodo normando, que en verano, como quedó patente ese día, acogía un concierto de música. Toda la Explanada del castillo estaba infestada de sillas metálicas de color blanco.
Del castillo parte la Milla Real, una empinada calle flanqueada por pubs tradicionales, restaurantes sencillos, tiendas de recuerdos y pequeños museos, que desciende hasta el Parlamento escocés y el palacio de Holyroodhouse, la residencia de la reina en Escocia. Precisamente, en un tramo de esta calle (Canongate) localizamos el bar español Piggs, el lugar ideal para almorzar como en España y beber a la escocesa, en este caso, con una buena pinta de cerveza.
Situados entre la Ciudad Vieja y la Nueva, los jardines de la calle Princes constituyen un exquisito pulmón verde de la ciudad. Abiertos al público desde 1876, su excelente ubicación, a los pies del castillo, nos proporcionó un agradable refugio que nos aisló momentáneamente de la animación y de las multitudes que se agolpaban en la calle Princes y en la Milla Real.
A media tarde, abordamos la parte nueva de la ciudad. Edificada en el siglo XVIII sobre un terreno plano, sus avenidas rectilíneas acogían por igual pequeños espacios verdes y edificios de origen georgiano, lo que otorgaban al barrio un aire refinado y lujoso. El toque glamuroso y artístico, lo encontramos en una acera de la calle Princes. Un joven gaitero amenizaba a los allí presentes con su música typical scottish.
Esa noche intentamos dormir en el vestíbulo de la estación, pero a la una de la madrugada, con la llegada del último tren, el edificio echó el cierre. Fuimos desalojados por los guardias de seguridad, y no volvimos a entrar en la estación hasta las cinco de mañana. Menos mal que Edimburgo celebraba su festival de verano, y pudimos capear parte de la noche asistiendo a conciertos que se habían programado en algunas plazas de la parte nueva.