Lago Ness |
Las Tierras Altas de Escocia, las Highlands, congregan los paisajes y los lagos más buscados. Son el lugar de las grandes tradiciones de castillos, clanes y batallas. Y el primer contacto con estas tierras lo tuve a partir de Perth, en el interior del tren diurno. Desde la ventana contemplé el hermoso valle del río Tay, un marco incomparable salpicado de esporádicas aldeas y suaves colinas tapizadas por la turba que tanto se asocia con la elaboración del wihisky.
El siguiente tramo fue el más espectacular de la línea. Primeramente, circulamos a los pies de la colina que acoge el Blair Castle, el castillo más visitado de Escocia, y luego penetramos en los montes Grampianos (acoge el pico Nevis, el más alto de Gran Bretaña, con 1.344 metros de altitud). Nos detuvimos en Newtonmore, a orillas del río Spay; en Aviemore, población típica escocesa; y en Tomatin, tradicional aldea de montaña con nombre de hortaliza.
Faltaban cinco minutos para las diez de la mañana cuando el tren echó el freno en la estación central de Inverness. Habíamos empleado cuatro horas justas en completar uno de los trayectos ferroviarios más fascinantes que vertebran Gran Bretaña de norte a sur.
La tranquila y turística Inverness se encuentra en la desembocadura del río Ness, a caballo entre las ensenadas de Beauly y Moray, en el mar del Norte. No tiene mucho que ofrecer al visitante, como quedó patente mientras reconocíamos el cuidado y limpio centro histórico, establecido en torno a las calles Church, Union, High y Bridge.
En las vitrinas de algunas agencias de viajes habíamos visto carteles anunciando excursiones en autobús al lago Ness. Pero nosotros, que llevábamos demasiadas horas en el interior de trenes, determinamos realizar un trekking hasta el lago por la senda que va paralela a la orilla izquierda del río Ness. E iniciamos la ruta a los pies del promontorio que acoge el castillo de Inverness, del siglo XIX, una construcción de nueva factura.
Quince kilómetros separan el centro de Inverness de la parte final del lago Ness por una senda que no revierte ninguna dificultad. Poco a poco fuimos dejando atrás el castillo y la marea alta, cuyas aguas anegaban buena parte del cauce bajo del río Ness.
Caminamos a buen paso por la senda, en solitario, escuchando el murmullo del agua, que en ligera pendiente correteaba hacia la capital de las Tierras Altas. Y a partir del puente Infirmary, construido en 1881, ya no nos cruzamos con ningún paseante.
Pasamos por las islas del río Ness, entre una infinidad de brezos y vegetación de ribera de un color verde intenso. El sol lucía en lo alto y hacía calor, detalle que hizo más llevadero los primeros kilómetros de la ruta.
En la parte final del sendero, más allá de las esclusas de Dochgarroch, avanzamos por el terraplén que separa el río Ness del canal de Caledonia. Habíamos alcanzado la parte final del lago Ness, y la recompensa tras el esfuerzo llegó en forma de refrescante baño. Y para aquellos que, como yo, oséis desafiar al monstruo, os diré que esta parte del lago apenas tiene profundidad; eso sí, tendréis que acostumbraros a caminar por el lecho viscoso y fangoso (no os veréis los pies).
A continuación, como era menester tras concluir la caminata, cruzamos al otro lado de la carretera y, por una nueva senda pedregosa, nos aupamos a la ladera de la montaña para contemplar el lago Ness. Y tuvimos suerte, pues pudimos avistar la parte más septentrional de esta estrecha franja de agua de 39 kilómetros de longitud y 240 metros de profundidad máxima.
Regresamos a Inverness haciendo autostop. El conductor nos acercó a un supermercado ubicado a las afueras, ocasión que aprovechamos para adquirir el almuerzo del día. A media tarde partimos hacia Glasgow en un tren regional. Realizamos el mismo trayecto que a la ida, y a partir de Perth, avanzamos por una nueva vía.
Llegamos a la estación Central de Glasgow pasadas las nueve de la noche. En el vestíbulo supimos que no había trenes nocturnos a Londres y que, por tanto, deberíamos esperar hasta las cinco de la mañana. Era viernes noche y, de forma involuntaria, fuimos partícipes de la marcha nocturna que aconteció en las calles del centro hasta las dos de la madrugada. Los pubs exhibían su imagen más descarada y desenfrenada, con centenares de jóvenes entrando y saliendo al son que marcaba la música y la consiguiente ingesta de cerveza.
A partir de las dos, tras haber completado una breve ruta turística por el centro de Glasgow, nos recogimos de la incipiente lluvia en un soportal, y a las cinco en punto nos presentamos en el vestíbulo de la estación Central para abordar nuestro tren a Londres. Una hora más tarde, con nosotros adormilados en los asientos del vagón, partimos hacia la capital británica, dando así por concluido nuestro paso por Escocia.