Las Vegas |
Referente al coche de alquiler:
Y en cuanto a esta etapa:
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Chevrolet Cavallier |
Esa mañana, en el albergue de Santa Mónica, llamamos por teléfono al youth hostel de Las Vegas. "Hay camas libres", nos dijo el empleado de turno. Ya sólo debíamos cubrir los 440 kilómetros (274 millas) que separan Los Ángeles de la capital del juego a través del desierto de Mojave.
Partimos a las nueve de Santa Mónica, por la Freeway 10, y antes de llegar a San Bernardino tomamos la autovía 15 (San Diego - Las Vegas). Transcurridos unos kilómetros repostamos en una gasolinera ubicada en la mítica Ruta 66, que atraviesa el centro de Estados Unidos desde el Pacífico hasta Chicago.
Autovía 10 a San Bernardino |
Autovía 15 al desierto de Mojave |
La autovía 15 penetra en el desierto de Mojave. No vimos civilización hasta llegar al pequeño núcleo de Barstow (cruce de autovías). Poco después hicimos un alto en Calico, una antigua explotación minera convertida en pueblo fantasma para goce y disfrute de los turistas.
No nos interesó esta propuesta, y decidimos continuar hacia Las Vegas. En la frontera con Nevada, avistamos el primer casino del desierto. La ciudad del juego estaba cerca.
Pueblo fantasma de Calico |
Mojave: 72 millas para Las Vegas |
Tras cinco horas de viaje por el desierto de Mojave alcanzamos Las Vegas. Eran las dos menos cuarto. Habíamos tardado más tiempo del deseado y nos lamentamos de no haber madrugado un poco más. Sólo íbamos a estar una tarde en la ciudad porque a la mañana siguiente teníamos previsto acercarnos al Gran Cañón del Colorado.
Estacionamos el vehículo en un McDonald's del bulevard de Las Vegas, circunstancia que aprovechamos para almorzar. Frente a nosotros teníamos los casinos Excalibur y Nueva York, con sus hoteles basados en cuentos de hadas y en enormes rascacielos respectivamente.
Casino de Nueva York |
Bulevar de Las Vegas |
Estos casinos quedaban retirados, no queríamos montar otra vez en coche, así que recorrimos a pie un tramo del bulevar de Las Vegas. Y así fue como visitamos el casino de París (su torre Eiffel mide la mitad que la de su heramana parisina) y el casino de Veneica, con sus góndolas navegando por pequeños canales.
César Palace |
Casino de París |
Los precios de los hoteles de los casinos eran muy caros, por eso, al caer la tarde acudimos a la calle Fremont, en busca del Backpacker Hostel & Adventure Center, cuyo precio (30$ por persona) y sus servicios: piscina, yacusi, habitación privada con dos camas, tv..., se adaptó a nuestras necesidades.
Backpacker Hostel & Adventure Center |
Backpacker Hostel & Adventure Center |
La calle Fremont reúne los casinos más antiguos de la ciudad. Se trata de una zona peatonal, donde aparte de casinos se puede entrar en locales de copas y espectáculos nocturnos, conocidos como Showgirls. Es lo que muchas veces hemos en películas americanas, pero hecho realidad. Ojo, el sexo en su interior está prohibido. De hecho, como nos dijo una joven mexicana, no hay prostíbulos en Las Vegas, al menos legalmente.
Calle Fremont |
Calle Fremont |
En la calle Fremont gastamos las perras en pequeños casinos que llamaban la atención con sus fachadas iluminadas. Porque a Las Vegas se tiene que ir de noche. La principal carta de presentación de la calle Fremont era la pantalla digital abovedada más grande del mundo, que se ponía en funcionamiento a las horas en punto. Mereció la pena ver el espectáculo de sonido y luces.
La segunda parte de nuestra visita a la ciudad transcurrió en torno al bulevar de Las Vegas. Nos dejamos caer por el casino-torre Stratosphere (520 metros de altura hasta la punta) y por una oferta insuperable: comer cuanto quisiéramos + subir al mirador de la torre Stratosphere (a 300 metros de altura) por 10 dólares.
Divisar Las Vegas de noche desde lo alto de la torre Stratosphere fue maravilloso. Mi colega Isidoro, además, montó en la montaña rusa más alta del mundo.
Torre Stratosphere |
Torre Stratosphere |
Más tarde, pusimos la guinda a la jornada dejándonos unas perras en el casino de Nueva York. Estaba prohibido tomar fotos del interior, así lo indicaban los carteles informativos, pero yo me las ingenié para retratar uno de los enormes salones del casino, plagado de tragaperras. Al final de la jornada, cuando entramos en el parking gratuito en busca del coche, vimos el casino Excalibur brillantemente iluminado en la noche. Esa era la forma más llamativa de captar la atención de los jugadores.