Santuario de Loyola |
Salimos desayunados de buena mañana del hotel Ametzagaña. Tomamos la autopista A-8 en dirección a Bilbao, hasta Zumaia, punto donde enlazamos con la comarcal GI-631, que remonta el valle del río Urola hasta Zumarraga. La primera parada en la ruta fue en Cestona, o Zestoa, nombre que el gobierno vasco ha decidido acuñar sin ton ni son (palabras textuales de Jon Goitia).
¿Qué hay que ver en Cestona?, villa que se ha hecho famosa gracias a un balneario. Primeramente, hay que llegar hasta la plaza Mayor para ver el Ayuntamiento y casonas como la del licenciado Juan Martínez (s. XVI). Luego hay que descender hasta el río Urola por un ascensor, cruzarlo por un bonito puente con lavadero, y pasear por la orilla opuesta hasta el bello palacio de Lili, una casa-torre de aspecto gótico de finales del siglo XV.
Tras breves minutos de rodar río Urola arriba por la GI-631 llegamos a Azpeitia, villa industrial que cuenta con un coqueto casco viejo, y que destaca por albegrar el Museo Vasco del Ferrocarril y el santuario de Loyola.
Ubicado en las viejas instalaciones del desaparecido ferrocarril del Urola, el museo nos traslada a un pasado cargado de esplendor. En su antigua estación descansan locomotoras de vapor, vagones, tranvías..., que comparten escenario con diversas salas donde se exhibe maquinaria, maquetas, audiovisuales... A las 12 horas un tren realizaba un corto recorrido turístico de seis kilómetros hasta una población próxima, pero como íbamos justos de tiempo, no lo tomamos.
El río Urola y el macizo de Izarraiz otorgan a Azpeitia su peculiar razón de ser. El centro histórico, levantado junto al río, aglutina un buen puñado de casonas, entre las que destaca Casa Altuna (s. XVI), el palacio Basazabal, la Casa torre de Enparan y el Ayuntamiento. Otros edificios que sobresalen del resto son la parroquia de San Sebastián de Soreasu, con sus grandes columnas y, junto a ella, la Casa-palacio del músico Antxieta, de estilo mudéjar.
A un par de kilómetros al sur de Azpeitia, en una explanada situada junto al río Urola, se levanta el santuario de Loyola, compuesto por una serie de edificios que se han ido erigiendo en torno a la casa-torre medieval.
En el centro del recinto sobresale con fuerza la basílica de Loyola, dominada por una cúpula y precedida por un amplio pórtico decorado en estilo churrigueresco, modalidad exuberante del barraco español.
Basílica de Loyola |
Basílica de Loyola |
Ascendiendo por el valle del Urola, a unos cinco o seis kilómetros del santuario de Loyola, llegamos a Azkoitia, conocida como la "villa de los caballeritos", si bien yo la habría rebautizado como la "villa de las fuentes de agua". Mientras recorríamos a pie el casco viejo, a la vez que relizábamos una visita exprés, tratamos de localizar un restaurante donde almorzar.
La visita a Azkoitia fue rápida, eficiente para el primer cometido, el turístico: palacio Iribe, calle Mayor, iglesia de Santa María la Real, Casa Negra, mercado, plaza Herriko, Ayuntamiento...; y un tanto infructuosa para el segundo, pues sólo vimos un restaurante abierto en todo el pueblo, la taberna Galipan, sita en la plaza Balda (buenos platos a precios de Euskadi. Por cierto, sobraban algunos carteles reivindicativos).
En la comarca del Alto Urola, donde finaliza la carretera GI-631, se encuentran Zumárraga y Urretxu, villas rodeadas de altas montañas que han visto multiplicar su población gracias a la industria y a la llegada del ferrocarril.
Podríamos decir que la carretera GI-631 divide en dos los núcleos de Zumarraga y Urretxu o Villanueva de Urrechua. Nos tuvimos que desviar hacia la derecha para encarar la calle mayor de Urretxu, que nos condujo a la plaza de Iparraguirre. La plaza aglutina los principales atractivos de la ciudad: el monumento a José María Iparraguirre (compuso el Árbol de Guernika), la iglesia de Santa María de Tours (siglos XVI-XIX) y el palacio Ipeñarrieta-Corral, del siglo XVII.
Monumento a Iparraguirre |
Palacio Ipeñarrieta |
No fue fácil encontrar la ermita. Desde Urretxu seguimos las indicaciones y fuimos a parar a las afueras de Zumárraga, la villa natal de Miguel López de Legazpi, conquistador de Filipinas. El GPS y algunos carteles nos condujeron a una estrecha carretera que serpenteaba montaña arriba. Dos kilómetros después, la vía finalizó en el aparcamiento, o mejor dicho, en un fascinante balcón-mirador.
El lugar era maravilloso, rodeado de montañas y con el valle del Urola a nuestros pies. No me extraña que erigieran allí el santuario románico de Santa María, más conocido como La Antigua, un pequeño templo construido en madera, allá por el año 1366, que me impresionó por su extrema belleza. Por cierto, en el entremado de vigas de madera se esconde la figura de un pequeño dragón. ¿Sabríais verlo?
Más allá del Alto Urola, donde Guipúzcoa y Álava se dan la mano, se encuentra el Parque Natural Aizkorri-Aratz, que cobija altas cimas, verdes prados y profundos valles. Oñate y el santuario de Aránzazu son la puerta de entrada a este magnífico espacio natural.
Partimos de Zumárraga por una nueva carretera, la GI-2630, que en poco más de veinte minutos nos catapultó hasta el puerto de Udana, a 521 metros de altitud. Atrás quedó el valle del Urola, ahora nos recibía un nuevo río, el Olarán, que desagua en el valle del Deba. El puerto nos brindó una fantástica panorámica del Parque Natural de Aizkorri-Aratz.
Puerto de Udana |
Puerto de Udana |
El descenso del puerto, por el valle del río Olaran, concluyó en Oñate/Oñati, villa monumental que decidimos visitar a nuestro regreso de Aránzazu. Para llegar al santuario tuvimos que tomar una nueva carretera local, que en nueve kilómetros de continua subida nos depositó frente al estrambótico y descomunal templo.
Podríamos catalogar de chiflados a los que decidieron erigir Aránzazu en el entorno del Parque Natural Aizkorri-Aratz. Un lugar tan bello, verde y agreste no encaja con un templo de corte moderno, transgresor y hasta futurista. No digamos el aparcamiento, demasiado voluminoso y recargado de cemento, que tampoco lidia con ese desbordante entorno natural. De Aránzazu me quedo con el paisaje. El templo se lo dejo a los devotos.
Santuario de Aránzazu |
Entorno de Aránzazu |
A nuestro regreso de Aránzazu realizamos una parada obligada en Oñate/Oñati, ciudad que fue un señorío independiente hasta mediados del siglo XIX. En esta villa monumental vimos ejemplos arquitectónicos que van desde el gótico de la iglesia de San Miguel al bellísimo renacentismo de la universidad de Sancti Spiritus. De la iglesia, lo que má me impactó fue que estaba asentada sobre el cauce del río Olarán. Oñate cuenta con abundantes casas-torre y palacios, además de una vieja estación que ya no presta servicio. Junto al edificio ferroviario admiré una robusta locomotora de vapor.
Partimos de Oñate pasadas las siete, en dirección al valle del Deba. Llegamos pronto a Bergara, que tiene un núcleo largo y disperso a lo largo del río. En torno a la plaza San Martín se agrupan sus edificios más emblemáticos, pero los vimos de pasada mientras tratábamos de estacionar el vehículo, en vano.
Previamente, nos habíamos detenido unos minutos para admirar el palacio de Ozaeta, perteneciente a una de las familias más antiguas y de mayor abolengo de Guipúzcoa. Situado al sur del municipio, junto al río Deba, el actual palacio comenzó a construirse a mediados del siglo XVI y se caracteriza por tener un cuerpo rectangular.
Puente sobre río Deba |
Palacio Ozaeta y río Deba |
La ruta de los tres templos debía acabar en el valle del Deba, visitando Bergara y Elgoibar antes de alcanzar la costa y regresar a San Sebastián. Pero no pudo ser. Habíamos estirado la jornada al máximo, deteniéndonos en diversos pueblos del valle del Urola, en Oñate y en tres santuarios. Tampoco pudimos cenar en Bergara por no hallar aparcamiento. Como suelo decir, "nunca se puede ver todo de una vez". Ya habrá otra ocasión.