Estación de Bodo |
Llegamos a Oslo de buena mañana, en el tren nocturno procedente de Copenhague. Pasamos por el centro para mochileros de la estación central, que nos sirvió para informarnos y para dejar las mochilas de forma gratuita en unas estanterías. Aquí supimos que debíamos partir hacia Trondheim en el tren de las cuatro de la tarde.
Hacía frío y llovía a primera hora de la mañana, esta fue la principal carta de presentación de la capital noruega. Vimos con premura el centro histórico, guareciéndonos bajo algunos soportales próximos a la Catedral.
Y cuando dejó de llover nos aventuramos a explorar los jardines del Palacio Real, la residencia habitual de los reyes de Noruega.
La visita exprés a Oslo nos condujo hasta el puerto pesquero, en cuyas inmediaciones se encuentra el Museo de Barcos y el Ayuntamiento, una fea construcción de ladrillo rojo que desentonaba bastante con el entorno. También pasamos por la fortaleza Akershus, un complejo de edificaciones militares situado en lo más alto de una colina, que nos brindó buenas vistas de Oslo y de su fiordo, y que nos sirvió para almorzar unos insípidos bocadillos.
El principal objetivo de este Interrail era alcanzar Bodo, población establecida por encima del Círculo Polar Ártico. Debíamos llegar a ella en el tren nocturno que salía de Trondheim, población situada a seis horas de tren de Oslo. Y para llevar a cabo nuestro propósito tuvimos que partir de Oslo a las cuatro de la tarde.
Lo mejor de este trayecto fue, sin lugar a dudas, el hermoso paisaje que vislumbré desde la ventana del tren, sobre todo a partir de Lillehammer: lagos de aguas cristalinas, bosques infinitos, riachuelos espumosos de alta montaña, mucha nieve en las cumbres, etc. Y a partir de Trondheim, en el interior del tren nocturno, más de los mismo, con el alicicente de que amaneció a las dos de la madrugada. A bordo de ese tren tuve mi primer contacto con el Sol de Medianoche.
Llegamos a Bodo a primera hora de la mañana, con la sensación de no haber pegado ojo en toda la noche. Y como nos ocurriera en Oslo, negras nubes cubrían todo el cielo. De hecho, comenzó a llover mientras recorríamos esta insustancial población, que carecía de un centro histórico como tal.
Desfilamos por céntricas calles, en dirección al puerto marítimo. Allí vimos algunos barcos que cubrían la ruta hasta las islas Lofoten, uno de los lugares más hermosos de Noruega. Pero nuestro bajo presupuesto no daba para realizar este tipo de excursiones. Y las siguientes horas, tras la ingesta de un exquisito plato de carne de reno en un restaurante, sentimos que éramos perseguidos por tres jovencitas.
A última hora de la tarde, tras mantener una charla con un senegalés que había trabajado en España, regresamos a la estación de tren. Y antes de montar en el expreso nocturno con destino a Trondheim, aún tuvimos tiempo de conocer a las tres guapas vikingas que nos persiguieron por las calles de Bodo.
Llegamos a Trondheim de buena mañana, bajo una tenue lluvia que nos obligó a colocarnos la escasa ropa de abrigo que llevábamos. En las calles del casco histórico localizamos un centro para mochileros, que nos sirvió para relajarnos y tomar café.
Más tarde, cuando dejó de llover, visitamos esta ciudad universitaria ubicada en la desembocadura del río Nidelva. Y lo que más nos llamó la atención fue la catedral de Nidaros, del siglo XI, el monumento gótico más importante de Noruega, que representó el principal sitio de peregrinación para los cristianos durante la Edad Media.
Partimos de Trondheim a última hora de la tarde, a bordo del tren nocturno que se dirigía a Estocolmo por el centro de Suecia. La ruta fue un regalo para la vista, pues atravesamos bosques infinitos, serpenteamos entre verdes praderas regadas por espumosos ríachuelos, sorteamos lagos de todos los tamaños y surcamos altos valles pertenecientes a los Alpes escandinavos.