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![]() Playa de los Ingleses. Niza |
Un destartalado tren de cercanías nos condujo, en 15 minutos, a la estación central de Niza, (Niza-Ville). Pretendíamos pasar la tarde en la capital de los Alpes Marítimos y, mientras descendíamos hacia el centro histórico, fuimos ojeando la guía de albergues juveniles de la ciudad. Había un youth hostel en el extrarradio de Niza y otro en Le Trayas, pedanía perteneciente a San Rafael. Y elegimos la segunda opción.
Pero antes de partir a Le Trayas, nos adentramos por el entramado urbano de Niza, consolidado en torno al Cours Saleya, una coqueta plaza jalonada de restaurantes y cafeterías. El centro de la plaza estaba reservado al mercado de las Flores, un encantador recoveco sembrado de alegres puestos donde se vendía toda clase de flores y plantas.
El centro histórico de Niza se encuentra a dos pasos de la playa, bajo la colina que alberga el castillo. De la colina parte la Promenade de los Ingleses, suntuoso paseo marítimo de 10 km. de longitud cuajado de palmeras y palacios belle époque. Su playa, en cambio, resultó un fiasco porque estaba llena de piedras del tamaño de un puño, motivo suficiente para descartar el baño.
Partimos de Niza a última de la tarde, en un tren de cercanías cuyo destino final era Marsella, y que debía conducirnos a Le Trayas. Pasado Cannes, nos apeamos en Napoule con la intención de bañarnos en una de sus fabulosas playas de arena. Más tarde, gracias a un nuevo tren, alcanzamos la diminuta estación de Le Trayas, un solitario lugar que nos decepcionó por hallarse alejado de cualquier núcleo de población.
El youth hostel se hallaba a dos kilómetros de la estación, montaña arriba. Cubrimos esa distancia caminando por la empinada carretera, de espaldas al mar y a la incipiente puesta de sol. Pagamos el hostel por adelantado y cuando nos estábamos instalando, tras un repentino cambio de planes, decidimos marchar de ese aburrido lugar y regresar de nuevo a Niza.
Estuvimos de copas en la plaza Cours Saleya, y de madrugada marchamos a dormir a la estación de tren de Niza-Ville. Pero como estaba cerrada, no nos quedó más remedio que estirarnos sobre el frío suelo de baldosas que precedía a la entrada del vestíbulo.
Habíamos dormido poco y mal esa noche, al raso frente a la estación de tren. Y a las cinco de la mañana, intentamos dormir algo en los asientos del primer tren de cercanías que partió de Niza, y que llevaba por destino San Remo, ciudad costera de Italia famosa por celebrar un festival anual de música.
La estación de San Remo estaba junto al puerto (actualmente está soterrada), muy cerca del centro histórico, lo que nos permitió abordarlo a pie. Recorrimos algunas calles próximas a la Catedral, construida en el siglo XIII; pero muy pronto, el cansancio acumulado por la falta de sueño hizo mella en los tres, lo que motivó que regresáramos otra vez a la estación. Un nuevo tren de cercanías nos trasladó nuevamente a la Costa Azul francesa.
El tren se detuvo en Ventimiglia y en todas las estaciones de la Costa Azul francesa, pequeñas y grandes, en poblaciones como Menton o en fabulosas playas como la de Juan les Pins. Y de todos esos destinos, el que más llamó nuestra atención fue Cannes, ciudad que acoge anualmente otro festival, en este caso dedicado al mundo del celuloide.
En Cannes se respiraba más glamur que en Niza o en Mónaco. Resultaba evidente, sobre todo al caminar por el bulevar de la Croisette, con sus palmeras y sus hoteles exclusivos. La playa de la Croisette es el punto fuerte de Cannes. Estuvimos en ella hasta la hora de comer, en este caso un pollo asado que adquirimos en un comercio regentado por un ciudadano español.
Por la tarde, tomamos un tren de cercanías hasta Niza, que a la postre se convirtió en la puerta de salida de la Costa Azul. Fernando partió el primero hacia Barcelona en un tren de media distancia que se dirigía a Perpiñán, vía Montpellier, e Isidoro y yo salimos unas horas más tarde en un tren nocturno cuyo destino final era Ginebra, en Suiza.