Cascada Kjosfossen |
Esa noche habíamos dormido en el expreso nocturno procedente de Bergen. Llegados a Oslo, sólo tuvimos tiempo de coger un nuevo tren con destino a Bergen, un moderno Intercity que debía conducirnos hasta el altiplano helado de Hardangervidda, en los Alpes escandinavos.
Fue un déjà vu del día anterior. Mi ventana se convirtió en un magnífico mirador desde el que poder contemplar la Noruega más agreste e indómita, la de los densos bosques, la de los ríos de aguas turbulentas, la de las nieves permanentes, la de los lagos de aguas prístinas.
En esta ocasión, a diferencia del día anterior, nos apeamos en Myrdal, estación situada a 867 metros de altitud, en un bello enclave de alta montaña donde la nieve y el frío son una constante. La estación se encuentra entre dos ramales de los fiordos más largos de Noruega: el Sogne y el Hardanger; y lógicamente, es un importante punto de partida para acometer interesantes excursiones por la zona: a pie, en bicicleta de montaña (las podéis alquilar en la estación), o en el tren de Flåm.
El tren de Flåm es otra obra de la ingeniería noruega. Comunica Myrdal con la población de Flåm, salvando 867 metros de desnivel en 20 km. En la parte intermedia, la fuerte pendiente obliga al tren a descender mediante un sistema de adhrencia, que emplea hasta cinco sistemas de frenado. Las mejores vistas panorámicas las tendréis en los asientos de la izquierda (según el sentido de la marcha).
La única parada que realizamos en toda la ruta, de diez minutos, fue en Kjosfossen, para contemplar la espectacular cascada que forma el torrente que surge del lago Reinunga, cuyas aguas, tras pasar bajo la vía, se precipitan al valle por un agujero excavado en la roca. ¡Espectacular!
Cascada Kjosfossen |
Cascada Kjosfossen |
En el siguiente tramo, a la salida de un largo túnel de piedra, el tren desciende por la margen derecha del valle de Flåm, con el río homónimo serpenteando al fondo mientras recibe el aporte de infinitos torrentes que se descuelgan por las laderas de las montañas.
Y en la parte final del trayecto, el tren alcanza el fondo del valle, avanzando por la orilla derecha del río Flåmselvi hasta alcanzar la pequeña aldea de Flåm.
Me pareció que la estación de tren era demasiado grande en comparación con el reducido tamaño que tenía Flåm. Llegué a pensar que en el andén, entre los que bajaron del tren y los que aguardaban a montar, había más gente que en el pueblo.
¿Y qué podéis hacer en Flåm, aparte de salir pitando hacia el muelle en busca de vuestro barco? Si disponéis de unos minutos, y sin salir de la estación, os recomiendo que visitéis el diminuto Museo del Tren, dedicado a la construcción de este espectacular ferrocarril.
No tuvimos tiempo de realizar una visita exprés a Flåm. La embarcación con destino a Gudvangen esperaba a los pasajeros recién llegados del tren. Montamos raudos, y a los pocos minutos, ya navegábamos por el fiordo de Aurland, uno de los brazos meridionales que se descuelga del gran Sognefjord.
Durante la larga travesía, ventosa y soleada, sólo nos detuvimos una vez. Fue en Aurland, la principal población de la zona, unida por carretera con Flåm.
A partir de aquí navegamos en dirección noreste, al encuentro del tronco central del Sognefjord. La barca se deslizaba por las reposadas aguas del fiordo de Aurland, entre majestuosas montañas que tenían las cumbres nevadas. Estaba radiante y feliz a bordo de esa pequeña embarcación, con la mirada perdida en las numerosas cascadas que se precipitaban al vacío desde los neveros.
Llegados a la parte intermedia del fiordo de Aurland, nos desviamos a la izquierda por un nuevo y angosto ramal: el Naroyfiord. Acabábamos de penetrar en el fiordo más estrecho del mundo.
Al navegar por la parte más angosta del fiordo de Naroy, entre paredes verticales que rasgaban el cielo, sentí cómo se me encogía el corazón. Era el hombre más feliz del mundo, y me resignaba a pesar que el viaje concluiría en unos minutos.
El barco atracó en el diminuto muelle de Gudvangen, junto a un restaurante ubicado en la cabecera del fiordo. Minutos antes habíamos pasado frente a una estilizada cascada que vertía sus espumosas aguas en el fiordo. Esta misma estampa fue la que contemplamos mientras almorzábamos en el restaurante.
Gudvangen era un lugar fascinante. Estábamos rodeados de altas montañas nevadas, con decenas de cataratas precipitándose por los escarpes. Desde lo alto de un puente de madera observé cómo las correntosas y cristalinas aguas del rio Naroydal se fundían con las oscuras del fiordo. También avisté algunas casas de esta aldea de origen vikingo.
Llevábamos algunos días sin tomar un baño, era la consecuencia de haber dormido varias noches seguidas en trenes nocturnos. Por eso vimos el cauce del río Naroydal con ojos golosos. Poco nos importó que el agua estuviera congelada. El inesperado baño me dejó como nuevo.
Partimos de Gudvangen en el autobús de las cuatro de la tarde. Circulamos por la carretera E16 por el fondo del valle Naroy, y pasado un cámping llegamos a Stalheimskleiva, un tramo de carretera que se enrosca por la montaña con 13 curvas de herradura.
Ascendíamos por una de las carreteras más empinadas del norte de Europa (actualmente hay un túnel). Y hacia la mitad de este vertiginoso tramo pasamos por el mirador de la poderosa cascada de Sivlefossen, de 140 metros de altura, que forma parte del río Brekkedal.
Llegados a la parte alta del valle de Naroy, tomamos un desvío hasta Stalheim, un hermoso lugar enclavado en el corazón de los fiordos. Aquí podréis pernoctar en el hotel Stalheim, y por supuesto, gozar de las fascinantes vistas panorámicas que brinda el mirador.
A partir de Stalheim, el bus describió un continuo descenso por el amplio valle del río Strandaelvi. Desde el bus contemplé una sucesión de lagos, algunos eran de tamaño reducido, y otros, como el Oppsheims o el Lona, de grandes proporciones. Más agua en el país del agua.
Llegamos a media tarde a Voss, pequeña población ubicada junto al lago Vangs. Sus montañas y la estación de esquí son un reclamo en invierno; y en verano ocurre algo parecido con su descomunal lago, uno de los más grandes de esta región noruega. Y como ese día la cosa iba de agua, pasamos parte de la tarde bañándonos en una playa del lago Vangs. A medianoche tomamos el tren nocturno procedente de Bergen, cuyo destino final era Oslo. No sacamos reserva de asiento, y tuvimos suerte, porque el revisor no nos pidió el billete.