Tren Oslo-Bergen |
Llegamos a Oslo a las siete de la mañana, en el tren nocturno procedente de Estocolmo. En el centro para mochileros de la estación nos informamos de las opciones que teníamos para descubrir la región de los grandes fiordos noruegos. Y la que elegimos, pasaba por partir esa misma mañana hacia Bergen, la capital de los fiordos. Sólo tuvimos tiempo para desayunar y abordar el nuevo tren, un largo Intercity diurno que emplearía unas ocho horas en completar la ruta. El primer tramo discurrió junto al fiordo de Oslo, hasta Drammen. Y a partir de Honefoss el tren encaró las primeras rampas que conducían al altiplano helado de Hardangervidda.
El tren de Bergen es un logro de la ingeniería, pues atraviesa los Alpes escandinavos por una zona agreste de alta montaña. La ventana del tren se convirtió en un magnífico mirador desde el que contemplar esta maravilla de la naturaleza. Era el mes de julio y parecía que estuviéramos en pleno enero. A partir de Gol el tren zigzagueaba entre grandes neveros, remontando el cauce del Hallingdalselva.
Nos detuvimos en Geilo, estación donde se apearon algunos excursionistas; y poco después, avanzando por el valle del Hallingdalselva, alcanzamos el lago Ustevatnet, uno de los más grandes del altiplano.
A partir de este lago vino el tramo más interesante del trayecto, el que atraviesa el altiplano helado hasta la estación invernal de Finse (1.222 m). Sorteamos numerosos torrentes de aguas cristalinas que iban a parar a pequeños lagos medio congelados. Era un paisaje fabuloso.
A partir de Finse vino el tramo más escarpado y sinuoso. Atravesamos largos túneles y tras coronar el puerto de montaña, en Hallingskeid (a 1.303 metros de altitud), iniciamos un vertiginoso descenso por la ladera oeste de la cordillera.
Pasamos por Voss, a orillas del lago Vangs, y después de abordar largos túneles, alcanzamos la orilla oriental del Veafjorden. Finalmente, a media tarde, nos presentamos en la estación central de Bergen. Habíamos llegado al final de una de las líneas de ferrocarril más fascinantes del mundo.
Bergen es la segunda ciudad más grande de Noruega. Conocida como "la puerta de entrada a los fiordos", es el punto de partida de increíbles excursiones por algunos de los fiordos más largos del mundo. Pero nosotros sólo queríamos ver la ciudad. Partimos a pie de la estación, en dirección al puerto Hanseático y al centro histórico. Pasamos por la parte nueva, edificada alrededor del lago Lungegards. Esa tarde, sus aguas grisáceas eran un fiel reflejo del cielo plomizo y cargado de feas nubes que dominaba toda la región.
Nos encaminamos al puerto Noste, y de pasada vimos la iglesia de Johannes. Tomamos una rápida e insustancial merienda en uno de los muelles del puerto, con la mirada perdida en el Hurtigruten, exclusivo barco turístico que recorre toda la costa noruega, desde Bergen hasta Kirkenes, cerca de la frontera rusa. Pero nosotros teníamos una propuesta alternativa para conocer los fiordos al día siguiente, por supuesto, más económica.
A continuación marchamos al puerto Hansiático, caracterizado por su mercado del pescado y por el muelle medieval situado en el histórico barrio portuario, conocido por sus coloridas casas de madera: las casas Bryggen. Las casas eran la puerta de entrada al peatonal centro histórico de Bergen, con sus bajos repletos de tiendas de regalos. Aquí se encuentra la fortaleza Bergenhus, del siglo XIII.
Al día siguiente queríamos realizar la excursión al Sognefjord, el fiordo más largo de Europa, y para llevarla a cabo debíamos apearnos en Myrdal, estación ubicada a los pies del altiplano, en la línea de ferrocarril Bergen-Oslo (allí montaríamos en el tren de Flåm). Podíamos llegar a Myrdal en el primer tren matinal que saliera de Oslo o Bergen, indistintamente, por lo que esa noche nos podríamos haber quedado a dormir en algún youth hostel de Bergen. Pero optamos por regresar a Oslo en el tren nocturno.
Y no hicimos bien, porque tuvimos que pagar la obligatoria reserva de asiento, un suplemento que, aun portando el Interrail, nos salió igual de caro que si nos hubiéramos quedado a dormir en Bergen. Y encima, a la mañana siguiente, nada más llegar a Oslo, tendríamos que montar otra vez en el primer tren que saliera hacia Bergen. Vamos, que cometimos un error de órdago.