Partimos de Pisa a las dos de la tarde, en un tren regional cuyo destino era Florencia. El corto trayecto hasta la estación de Lucca sólo duró media hora.
La estación de tren queda a pocos pasos del casco histórico, al otro lado de las murallas renacentistas que se construyeron entre los siglos XVI y XVII, y que hoy día mantienen fuera el tráfico, haciendo que la ciudad sea agradable de recorrer a pie.
Nos abrimos paso entre la muralla, para darnos de bruces con la Catedral de San Martín, un destacado ejemplo del exuberante estilo románico pisano. Fue iniciada en el siglo XII y finalizada en 1637.
El templo destaca por su imponente fachada, que no deja indiferente a nadie, y eso que yo no soy religioso. El detalle arquitectónico que más se identifica con la imagen de la iglesia es el arco. Abunda en la fachada principal, en el pórtico y en la alta torre del campanario.
A pocos pasos de la Catedral veréis la iglesia de San Giovanni y Reparata, cuyo aspecto actual es fruto de la reconstrucción que se le realizó en el siglo XII.
La calle del Duomo concluye en la plaza de Napoleone, un animado espacio urbano donde se organizan conciertos de verano, con un palacio ducal del siglo XVI, tiendas y cafeterías. También se la conoce como plaza Grande.
Al norte de la plaza Grande se alza una de las joyas arquitectónicas de Lucca: la iglesia San Michele in Foro, del siglo XII, con su extraordinaria fachada románico pisana esculpida en forma de tarta de boda. La iglesia también es famosa por su cuadro de Lippi.
El centro histórico de Lucca es un laberinto de callejuelas estrechas llenas de vida. Es el legado que dejaron los romanos. La Vía Cenami y su prolongación, la Vía Fillungo, son buen ejemplo de ello. Aquí, además, podréis admirar la Torre de la Hora, medieval del año 1390, a la que persigue una leyenda sobre el mismo demonio.
Vía Fillungo y Torre de la Hora |
Torre de la Hora |
Al este de la Torre de la Hora, caminando por la Vía San Andrea, llegaréis a la medieval Torre Guinigi. Construida en ladrillo en el siglo XIV, es famosa por tener encinas en la azotea. Desde la calle las podréis ver, pero si queréis tocarlas y disfrutar de las vistas, aparte de pagar, tendréis que subir 230 escalones.
Al margen de iglesias y altas torres, en Lucca también se puede contemplar parte de su pasado romano. A través de la Via Fillungo, principal calle comercial, llegaremos al Anfiteatro romano, hoy convertido en una animada plaza rodeada de edificios medievales, cuyos bajos alojan tiendas de regalos y restaurantes.
La agradable caminata por las callejuelas concluyó nuevamente en las murallas, cuyo paseo arbolado ofrece bellas vistas de la ciudad.
Partimos de Lucca a última hora de la tarde, con los deberes hechos, pues habíamos visto lo mejor de la ciudad en un par de horas. Viajábamos en un tren regional de dos plantas, de los que prestan servicio en el extrarradio de Florencia. Una hora más tarde nos presentábamos en la florentina estación de Santa María Novella, una vieja conocida para mí.