El poblado prerromano de La Hoya es uno de los yacimientos de la Edad del Hierro más importantes del norte peninsular. Las excavaciones realizadas entre 1973 y 1989 sacaron a la luz cientos de objetos que nos han permitido conocer mejor la vida cotidiana de sus gentes.
La explicación de todo el proceso de vida del poblado y las vicisitudes por las que atravesó, pueden conocerse en el Museo de la Hoya, establecido en el propio yacimiento.
En el Museo fuimos atendidos de forma cortés y amable por el empleado, que nos explicó detalles del yacimiento, del museo y de los dólmenes que existen a su alrededor.
El hombre nos mostró la principal sala del Museo, que alberga objetos recuperados en las excavaciones, paneles informativos y programas interactivos y audiovisuales.
Los objetos, restos de semillas y animales encontrados en el yacimiento nos confirman que sus habitantes vivían de la agricultura y la ganadería, produciendo lo suficiente para poder comerciar y adquirir productos realizados en otros lugares.
![]() Estela funeraria. Museo |
![]() Vasijas. Museo |
El centro de la sala muestra la recreación de una casa a tamaño natural con todos sus enseres, logrando así un acercamiento a los antiguos pobladores.
En la recreación se han colocado los ajuares tal y como se han venido encontrando en el interior de las casas (son réplicas de los auténticos que pueden contemplarse en las vitrinas).
La zona excavada del yacimiento se encuentra al norte del Museo. Un caminito de hierba, muy florido y verde en primavera, conduce hasta la entrada sur del poblado. Se recomienda llevar calzado cómodo y, si vais en verano, una gorra para la cabeza.
En la zona de entrada al poblado (situada al sur) quedaron marcadas, sobre la roca del suelo, las huellas de los carros que tenían acceso hasta la primera plaza.
La superficie que ocupa este poblado se estima en unas cuatro hectáreas, que se encuentran rodeadas por la muralla que lo defendía y que se conserva en prácticamente todo su perímetro.
El poblado fue habitado durante algo más de un milenio antes de Cristo, en sus inicios por gentes de procedencia transpirenaica, a finales de la Edad del Bronce, hasta su máxima expansión en época ibérica, ya en plena Edad del Hierro.
En el periodo ibérico las viviendas siguen la estructura de las correspondientes a los momentos anteriores. Sin embargo, algunas características las diferenciarán.
Las superficies de las casas oscilan entre los 40 y los 75 metros cuadrados, y mantienen unas distribuciones básicas generales, aunque existan diferencias entre unas y otras.
La forma y la estructura de las viviendas queda reflejada en la casa reconstruida en el interior del Museo. Básicamente, las técnicas constructivas serán a base de madera, piedra, adobe y manteados de barro.
El estudio de los escombros que aparecieron en la excavación ha permitido tener los suficientes datos para conocer las viviendas perfectamente.
En la segunda etapa del desarrollo del poblado se procedió a diseñar un trazado urbano con una planificación de ocupación total, con agrupaciones de casas formando manzanas, calles pavimentadas, con aceras y piedras en la calzada para pasar de un lado a otro.
Aparte de las unidades domésticas tradicionales, se crearon edificaciones más complejas, con un uso de tipo comunitario, junto a edificios mixtos de viviendas y tiendas.
En el sector este del poblado, junto a las tiendas, se aprecian los restos de un templo, que probablemente tuvo un uso de corte público: cultural o religioso.
El final del poblado tuvo lugar a raíz de un aciago acontecimiento; un ataque que supuso la muerte de parte de sus habitantes y el incendio total de la aldea.