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![]() Tavertet |
Esta ruta en coche por el este de Osona transcurre por una zona boscosa al norte del río Ter. Tomaremos las carreteras C-153 y la BV-5207, en dirección a Tavertet. Unas curvas antes de alcanzar el pueblo nos detendremos en el Mirador de Collsacabra, antesala de lo que nos espera en la villa.
Perchado sobre un acantilado de más de 200 metros de altura, el Mirador de Collsacabra ofrece vistas panorámicas impresionantes del embalse de Sau, las montañas del Montseny y las Guilleries.
El núcleo urbano de Tavertet conserva alrededor de 48 casas de piedra construidas entre los siglos XVII y XIX, distribuidas en tres calles principales: carrer de Dalt, carrer del Mig y carrer de Baix.
En la calle del Mig se halla la iglesia de Sant Cristòfol, ya documentada en 1070. Fue construida en estilo románico y a lo largo de los siglos ha sido ampliada y reformada. Destaca por su ábside semicircular, su campanario cuadrado y una nave lateral con arquería gótica añadida en el siglo XIII.
En Tavertet también hay un pequeño Museo Etnográfico donde se guardan restos arqueológicos y piezas antiguas de valor etnológico. El museo ofrece una visión de la vida tradicional y la cultura del pueblo a lo largo de los siglos.
Los numerosos precipicios de Tavertet pueden ser observados de tres maneras distintas. Una, caminando por la ladera superior y viéndolos desde arriba. La segunda, bajando por los caminos que hay entre las rocas que forman cada despeñadero. Y la tercera, atravesando perpendicularmente de un lado a otro los riscos resiguiendo las paredes, a través de unos caminos especialmente trazados.
Situado al final de la calle del Mig, el Mirador del Pla del Castell ofrece unas vistas espectaculares de las Guilleries, el Montseny y el embalse de Sau. Para llegar a él deberéis caminar unos 20 minutos por la cresta, eso sí, experimentando en primera persona los 400 metros de caída vertical que tendréis a vuestros pies.
El mirador es un gran morro pétreo que se asoma al vacío, por lo que cabe extremar las precauciones. A pocos metros se encuentra el poblado íbero del Pla del Castell, que estuvo fortificado. Al fondo del profundo tajo contemplamos, a vista de pájaro, unas impresionantes vistas del río Ter y el pantano de Sau.
La segunda visita de la jornada corresponde a Rupit, uno de los pueblos más encantadores de Cataluña. Estacionamos los vehículos en un aparcamiento ubicado en las afueras, en la parte baja del pueblo. Tened en cuenta que el centro histórico está restringido al tráfico rodado.
Accedimos a pie al núcleo antiguo por el estrecho puente colgante, conocido como Pont Penjat, que salva las cristalinas aguas de la riera de Rupit. Por seguridad, se recomienda que no crucen el puente a la vez más de 10 personas. Nosotros éramos seis.
![]() Puente colgante. Rupit |
![]() Puente colgante. Rupit |
El viejo Rupit os enamorará: casas de piedra con balcones de madera, zona peatonal libre de coches, restaurantes, en fin, es el pueblo ideal para gozar de unas horas de paz en plena naturaleza, pues se localiza entre las montañas de Collsacabra y las Guilleries.
Las calles Barbacana y de la Iglesia vertebran el centro histórico. Esta última conduce a la plaza Mayor, que acoge el pequeño Ayuntamiento y la iglesia de Sant Miquel, construida en el siglo XVII en estilo barroco-clásico.
De regreso a Manlleu, a la altura de Cantonigrós tomamos un desvío desde la C-153 en dirección al santuario de Cabrera. Los primeros kilómetros los hicimos por un carril cementado, eso sí, muy estrecho. Y los últimos 6 km los cubrimos por una empinada y complicada pista de tierra, sólo apta para vehículos todoterreno.
Tras cubrir los tediosos 6 km de pista llegaréis al aparcamiento del santuario. A partir de aquí deberéis continuar a pie por la senda, hasta alcanzar unas escaleras talladas en la piedra.
El santuario de la Mare de Déu de Cabrera (del siglo XVII), se halla en lo alto de un risco en pleno corazón de la sierra de Collsacabra. Se encuentra en el límite geodésico de la sierra de Cabrera y también es la frontera entre las provincias de Gerona y Barcelona. Si tenéis tiempo y el día acompaña, podéis caminar por la cresta y disfrutar de las vistas. No fue el caso esa tarde.
Fue una pena que se nos echara encima la noche. Es lo que tiene viajar en febrero. El santuario era la excusa perfecta para asomarse a un mirador de infarto, pues al otro lado del edificio hay una caída libre digna de los amantes del ala delta. Pero no vimos nada, nos contentamos con echarle un vistazo al interior del templo.