Esta ruta a pie, de unos 2,5 kilómetros de longitud, comienza en las termas de Caracalla. Tomaremos la avenida de San Gregorio a la altura del Circo Máximo, lo cual nos brindará unas buenas vistas del Palatino.
Hacia la parte intermedia de la avenida de San Gregorio veréis la monumental entrada al Palatino, la residencia de los emperadores, que ya conocía de una anterior estancia en la ciudad. Si pretendéis visitar una de las áreas más antiguas de Roma, con yacimientos arqueológicos que datan en torno al año 1000 antes de Cristo, aquí tenéis las taquillas.
Al final de la calle de San Gregorio ya podremos ver los dos monumentos más admirados de Roma: el arco de Constantino y el Coliseo. El hecho de que estén uno junto al otro tiene buena parte de la culpa.
El Arco de Constantino es un arco triunfal de tres vanos ubicado a poca distancia del Coliseo. Fue erigido en 315 para conmemorar la victoria de Constantino I el Grande en la batalla del Puente Milvio, el 28 de octubre de 312.
El arco es uno de los monumentos mejor conservados de Roma, y para que el legado perdure, una valla metálica se encarga de apartar a los que gustan de toquetear y pintarrajear lo ajeno. Su altura es de 21 metros, con 25,9 metros de ancho y 7,4 metros de profundidad.
El Coliseo romano, el anfiteatro más grande e impresionante del mundo, no necesita presentaciones. Habíamos visitado su interior años atrás, y no creímos menester realizar una segunda incursión.
El mayor anfiteatro de Roma, encargado por el emperador Vespasiano en el 72 d.C., siempre está rodeado de una muchedumbre dispuesta a fotografiar cualquier ángulo de este maravilloso edificio. Es complicado tomar una foto sin gente, es el precio que hay que pagar en Roma. Siempre hay gente en todas partes.
Entre el gentío propio de este lugar veréis muchos romanos disfrazados de gladiadores, a la busca y captura de turistas. Pero no es necesario salir retratado junto a estos soldados de pega, el Coliseo no los necesita, aunque cada uno es muy libre de hacer lo que quiera con su dinero.
Podéis alejaros de la muchedumbre abordando la Vía Sacra, desde el Coliseo hasta el arco de Tito. Este arco triunfal fue construido hacia el año 80 d.C. por el emperador romano Domiciano poco después de la muerte de su hermano mayor, Tito, para conmemorar las victorias de éste, incluido el Sitio de Jerusalén del 70 d.C.
Finalmente, sin apenas turistas que nos agobiaran, admiramos los restos del Circo Máximo, un antiguo estadio para carreras de carros y otros eventos de masas ubicado en un valle entre el monte Aventino y el Palatino.
El Circo Máximo fue el primer hipódromo y el más grande de la antigua Roma y su posterior Imperio. Tenía una longitud de 621 metros y una anchura de 118 metros y podía albergar a más de 150.000 almas.
En su forma completamente desarrollada, el Circo Máximo se convirtió en el modelo de los circos de todo el Imperio romano. El sitio es actualmente un parque público.
El el lado este podréis ver la torre de la Moletta, una torre de origen medieval también conocida como Torre de Arco. Se llama Moletta (molienda) por su proximidad a un molino establecido en un lugar próximo desde el siglo XIII hasta la década de 1930.
Precisamente, desde la parte superior del graderío (Vía del Circo Máximo), pudimos contemplar una buena panorámica del monte Palatino, la parte más antigua de Roma, hogar de emperadores del calibre de Cicerón, Marco Antonio o Augusto.
El hipódromo estaba dividido en dos partes por una elevación de 217 metros de longitud: la spina. Originalmente, un arroyo fluía por el valle en este lugar, pero fue canalizado y cubierto parcialmente para que siguiera fluyendo bajo la spina.