Estadio Olímpico. Olimpia |
Un tren nocturno, el último en partir de Atenas, nos trasladó hasta la ciudad de Pyrgos, en el extremo occidental del Peloponeso. Llegamos a las cuatro, por lo que nos tocó pernoctar en el interior de la estación. Cuando amaneció, tomamos el primer autobús de línea con destino a Olimpia, la ciudad más atlética del mundo antiguo.
Una vez en el interior del recinto, marchamos raudos en busca del Estadio Olímpico. Situado al este del santuario de Zeus, era el lugar donde se celebraban muchos de los eventos deportivos de los Juegos Olímpicos de la Antigüedad.
Dos mil años después de la invención de los Juegos Olímpicos, Olimpia ya no acoge atletas en competiciones. Centenares de turistas, muchos de ellos hacinados tras la banderita que porta el guía de turno, recorren el recinto para admirar lo poco que queda de los majestuosos templos.
Un autobús de línea nos trasladó en media hora hasta el centro de Pyrgos. Almorzamos en una taberna que tenía precios económicos y entrada la tarde nos presentamos en la estación de tren. Y lo que debía ser un viaje apacible hasta Patras (una hora y media), se convirtió en una Odisea griega. La denostada línea del Peloponeso, que bauticé como "tren de juguete", volvió a hacer de las suyas.
El tren llegó con 45 minutos de retraso, y no contento con ello, nos dejó tirados en Amaliada. Una hora después, apareció un nuevo convoy en la estación, y al fin pudimos continuar hacia Patras.
Echamos una carrera por las calles de Patras, alcanzamos el puerto y adquirimos el derecho a embarque (muy económico gracias al billete Interrail). Fue un milagro que pudiéramos embarcar a tiempo en el enorme buque de la compañía griega HML que cubría la ruta hasta Brindisi, en Italia.
El barco zarpó a las 20:30 horas, con toda la cubierta repleta de mochileros. Justo en la popa, vimos que alguien había plantado una tienda de campaña. Y es que con el billete Interrail, sólo podías acceder a determinadas salas del barco, y casi todas las butacas estaban llenas.
A la mañana siguiente, mientras realizábamos la larga travesía hacia Italia por los mares Jónico y Adriático, supimos que los chicos de la tienda eran sevillanos. Llegamos al puerto de Brindisi pasadas las tres de la tarde. Un tren nocturno nos trasladó hasta Nápoles, la capital de la Campania, que debía ser el trampolín que nos ayudara a alcanzar Pompeya, nuestro siguiente objetivo del Interrail.