Langadia |
Partimos de Atenas por la autopista 8, en dirección a Olimpia. Habíamos madrugado para poder realizar una interesante ruta por el interior del Peloponeso. Y la primera parada que realizamos fue para ver el canal de Corinto desde el puente del Istmo.
El canal de Corinto es una vía de agua artificial que une el golfo de Corinto (mar Jónico) con el mar Egeo por el istmo de Corinto, abriendo esta vía al transporte marítimo y separando el Peloponeso del resto de Grecia. Mide 6,3 kilómetros de largo y se construyó entre 1881 y 1893.
Más adelante dejamos la A-8 (iba en dirección a Patras) y proseguimos hacia Trípoli por la A-7. En breve, a nuestra derecha, apareció el alto roquedo sobre el que se asienta Acrocorinto, la fortificación natural más resistente de la Antigua Grecia.
Desde la autopista contemplamos la muralla que rodea el perímetro, que en su mayor parte fue construida por los turcos en época medieval sobre edificios más antiguos.
Dejamos la autopista 7 unos 20 kilómetros antes de llegar a Trípoli, cuando leímos el primer cartel que anunciaba Olimpia. Y no hicimos bien. Al principio, por la carretera 111 avanzamos más o menos a buen ritmo, pero cuando tomamos la carretera 74 la cosa empeoró, con continuas curvas y la ralentización de la marcha al atravesar pequeños pueblos.
En mitad de un paraje sumamente agreste, con cimas nevadas y profundos barrancos, apareció Langadia, municipio que parecía estar sacado de una postal. La carretera, convertida en una zigzagueante calle Mayor, atraviesa el municipio por su parte intermedia. Y en el centro de la villa, frente al Memorial de los Héroes, pudimos admirar una bonita iglesia ortodoxa.
Tras nuestro paso por Olimpia y el consiguiente almuerzo en un restaurante, partimos hacia Nauplio, el siguiente destino en el Peloponeso. Fuimos por la autopista A7 y en Trípoli tomamos una carretera local en dirección a la bahía de Nauplio. Desde el último puerto de montaña, conocido como Emlekmu, divisamos Nauplio y su amplia bahía.
Llegamos a Nauplio pasadas las cinco, cuando ya empezaba a anochecer. Vimos el pueblo a unos cien metros de distancia, desde el aparcamiento donde detuve el Hyundai.
No teníamos tiempo de patear el centro histórico de Nauplio, ni de auparnos hasta su Acrópolis, en lo alto de la colina, que alberga dos fortalezas venecianas. Potentes focos comenzaban a iluminar sus murallas cuando iniciamos el regreso a Atenas.