Sant Martí de Canigó |
La carretera D116 concluye al final del valle de Cady, en una tranquila pedanía conocida como Casteil (Castell de Vernet en catalán). Antes de entrar en el pueblo, unos carteles indican el aparcamiento público donde deberéis estacionar los vehículos, que está precedido de una fuerte rampa.
El aparcamiento está unido con el núcleo urbano de Casteil por una calle. Unos diminutos carteles informativos de color amarillo nos pusieron en ruta hacia la senda de la abadía.
No teníamos claro cómo era la senda de Sant Martí. Afortunadamente, un lugareño, ante nuestro requerimiento, nos lo dejó bien claro: extendió los dedos de su mano, los colocó en posición de 45 grados y luego añadió "très raide" (muy empinada).
La senda de Sant Martí, o carril por el hecho de estar cementado, comienza en una barrera, punto desde donde se divisa la parte baja de Casteil. A partir de aquí, con el inicio del ascenso propiamente dicho, ya intuimos que la cosa iba a ser dura.
El carril se vuelve muy exigente cuando aparecen las primeras curvas en zigzag. A nuestra derecha, el valle del Cadí, o de Cady, cubierto de un espeso bosque, se asemeja a una gran boca verde que lo engulle todo.
Las curvas en zigzag se suceden. He perdido la cuenta: ocho, nueve, diez. Parece que no tienen fin. Afortunadamente, alcanzamos una pequeña cresta y al superarla la senda nos da un respiro. El valle desaparece y en su lugar descubrimos la pequeña ermita de Sant Martí Vell (el viejo Sant Martí).
Estábamos en la mitad del recorrido. Valió la pena descansar unos minutos para contemplar este pequeño templo. Y, además, desde su parte posterior tuvimos unas magníficas vistas del valle de Cady, con Vernet les Bains al fondo.
A partir de la ermita la senda se suaviza, aunque nunca pierde su fuerte inclinación. Ascendíamos entre un hermoso castañar, repleto de vigorosos árboles cubiertos de hojas con tonos anaranjados y ocres. El otoño se mostraba en todo su esplendor, y el suelo del bosque nos lo recompensó con un buen puñado de castañas.
Y de repente, al final del carril, apareció el alto campanario de Sant Martí de Canigó, que sobresalía de forma esplendorosa por encima de ese mágico bosque.
Tras las primeras fotos de rigor, nos acercamos a la puerta de entrada de la abadía, situada bajo la torre del campanario. Eran las cinco de la tarde y en ese momento un grupo de visitantes salía por ella. La monja que les guiaba echó el cierre a la puerta. Era la última visita del día.
Ya que no pudimos entrar, caminamos por el jardín de la abadía, que me pareció todo un remanso de paz. También nos acercamos a la fachada del templo para ver algunos detalles arquitectónicos en forma de pequeñas esculturas.
Admiramos la abadía desde diferentes ángulos, incluido el posterior, el que se asoma al profundo valle del Cady. Aquí vimos el inicio de una senda alternativa que conducía a Casteil, y que completa una ruta circular. Pero, como habíamos dejado a la mitad de la expedición por el camino, decidimos regresar a Casteil por la senda que ya conocíamos.