Esa mañana, tras tomar el desayuno en el youth hostel de Washington, marchamos a la estación de metro Gallery-Chinatown, de la línea amarilla, y nos dirigimos al Pentágono, la sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Este edicio gubernamental está ubicado en el vecino estado de Virgina, aunque técnicamente pertenece al estado de Columbia.
No teníamos muy claro qué se podía ver o hacer en el interior del Pentágono. Creíamos que realizarían alguna visita guiada para que viéramos in situ lo que tantas veces habíamos visto en las películas de Hollywood, o que quizá nos enseñarían salas llenas de botones que activan misiles, o qué se yo. La realidad fue que ese domingo el recinto estaba cerrado al público. Nos dieron con las puertas en las narices, por lo que nos vimos obligados a coger otra vez el metro.
El metro une el Pentágono con el cementerio de Arlington en una parada, eso sí, un poco larga. Salimos a la superficie bajo un cielo plomizo, justo cuando comenzaba a caer una ligera llovizna. Y nosotros sin paraguas.
El cementerio de Arlington fue establecido durante la Guerra de Secesión en unos terrenos situados muy cerca del Río Potomac. Caminando por los senderos, entre centenares de cruces blancas, alcanzamos la tumba del soldado desconocido. Eran las doce del mediodía y casualmente presenciamos un solemne acto de cambio de guardia.
La imagen del cementerio, con miles de cruces blancas clavadas en sus verdes lomas (correspondientes a soldados caídos en diferentes contiendas), cortaba la respiración. Y la tumba más emblemática de todas, que nosotros quisimos ver, era la del presidente J.F. Kennedy. Se trataba de un cuadrado con una base de piedra en cuyo centro prendía una llama.
A mediodía, tras cruzar a pie el puente de Arlington, sobre el río Potomac, abandonamos Arlington (Virginia) y penetramos nuevamente en Washington, estado de Columbia. Fuimos a parar al extremo oeste del National Mall, reservado a los memoriales en honor a personajes relevantes.
El puente sobre el Potomac une Arlington con el Memorial de Abraham Lincoln, un edificio con forma de templo dórico griego, que está íntimamente asociado al enorme estanque conocido como Reflecting Pool.
El edificio tiene una gran escultura de Abraham Lincoln sentado e inscripciones de dos conocidos discursos suyos. En este monumento han tenido lugar muchos discursos importantes, incluyendo el de Martin Luther King "Yo tengo un sueño", que fue pronunciado el 28 de agosto de 1963.
Precisamente, al sur del estanque de agua, veréis el Memorial de Martin Luther King, un sobrio monumento que rinde homenaje al líder de los derechos civiles, que fue asesinado cerca de donde pronunció el discurso "Tengo un sueño".
Cerca del monumento de Martin Luter King se encuentra el lago Tidal Basin, a cuyo alrededor se levantan otros memoriales en recuerdo de los caídos en las guerras de Vietnam y en otros conflictos bélicos. Y asomado al lago podréis ver el Memorial de Jefferson, otro presidente americano.
En el Distrito Financiero, almorzamos en un centro comercial ubicado cerca de la Casa Blanca, y a continuación visitamos el Acuario Nacional (hoy desaparecido) y el Museo Nacional de Historia Natural, que acoge una maravillosa colección de piezas únicas en el mundo.
El museo se fundó en 1910, en estilo neoclásico. El acceso es gratuito y en su interior descubriréis fósiles de dinosaurios y una extensa colección que totaliza más de 125 millones de especímenes de plantas, animales, fósiles, minerales, rocas, meteoritos y objetos culturales humanos. Se necisita un día para recorrer sus plantas, que tienen una extensión equiparable a 18 campos de fútbol.
Y antes de que echara el cierre, al caer la noche aún tuvimos tiempo de visitar el Museo Nacional de Historia Estadounidense, ubicado a una manzana del Museo de Historia Natural. Administrado por la institución Smithsonian, en sus tres plantas descubriréis la historia de Estados Unidos, desde la conquista del Oeste y la implantación del ferrocarril, hasta uniformes y armas de guerra.