Castillo de Drácula |
A la mañana siguiente, mientras esperábamos en la parada a que llegara el bus de Bran, un joven se acercó con su coche y nos dijo que nos podía llevar por 5€. Decidimos subir. Y en menos que canta un gallo, con adelantamientos indebidos incluidos (casi nos la pegamos), cubrimos los 30 km. que separan ambas localidades.
Bran es un pequeño y agradable pueblo situado en medio de Transilvania, rodeado de los frondosos bosques que se extienden a lo largo y ancho de los montes Cárpatos. Y pasaría desapercibido a no ser por su castillo, una fortaleza medieval, ubicada en lo alto de una colina, que goza de gran atractivo turístico por la creencia popular de que era la antigua residencia de Vlad Tepes, el Empalador.
El vínculo con el mito de Drácula, el vampiro que te chupa la sangre en cuanto anochece, es falso; y ni siquiera el príncipe al que se asocia este mito (Vlad Tepes) vivió aquí; al parecer residía en Poienari.
Realmente, el castillo fue una fortaleza teutónica para vigilar la frontera entre Transilvania y Valaquia, y lugar de residencia por temporadas de la familia real rumana.
A pesar de no ser realmente el castillo de Vlad, el interior tenía su encanto. Aparte de las estancias, lo que más nos llamó la atención fue el patio, rodeado de una techumbre muy baja, que apenas te dejaba espacio para asomarte.
Patio del castillo |
Patio del castillo |
El castillo es más bonito por fuera que por dentro; al menos, esta es la idea que se lleva la gran mayoría de los que lo visitan. Y yo lo corroboro. Lo único malo, es que conforme pasaban los minutos el cielo se fue cubriendo de nubes, y esa imagen idílica que encontramos por la mañana se difuminó. Es lo que ocurre en las zonas montañosas, incluso en pleno mes de agosto.
Regresamos a Brasov en un autobús de línea y después de almorzar nos dirigimos a la estación ferroviaria. A media tarde partimos hacia Bucarest en un largo tren de media distancia, poniendo punto final a nuestro brillante paso por Transilvania. Afortunadamente, no fuimos mordidos por ningún vampiro.
En la estación del Norte de Bucarest sólo había dos vagones con destino a Sofía. Parecía raro, pero minutos antes de salir (a última hora de la tarde), fueron enganchados a un tren procedente de Moscú, cuyo destino final era Sofía. En esta ocasión, sí viajamos solos en un compartimiento, aunque los asientos no se estiraban para formar camas.
El tren enfiló hacia el suroeste de Rumanía, hasta Videle, para luego tomar rumbo sur, al encuentro de Giurgiu y del poderoso Danubio, río que cruzamos a medianoche, a paso de tortuga, por un puente metálico. Habíamos penetrado en Bulgaria.