En la avenida 24 de julio, muy cerca de la plaza del Comercio, se encuentra la parada del tranvía 15. Es el que debéis tomar si no queréis cubrir a pie los seis kilómetros que separan la Torre de Belem del centro de Lisboa.
Cuando lleguéis a Belem, si el día acompaña, disfrutaréis de las vistas que brinda el Jardín de la Torre de Belem, situado junto al estuario del Tajo.
Pero lo que todos buscamos en este apartado jardín es la Torre de Belem, construida en el siglo XVI como una fortaleza para proteger la entrada al puerto de Lisboa. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, esta torre manuelina es un emblema de los Descubrimientos.
Cerca de la Torre de Belem podéis ver el Monumento a los Descubridores, un colosal bloque de hormigón que representa a figuras clave de la era de los Descubrimientos.
Orientado hacia el Tajo, el monumento fue construido en 1960 para conmemorar el quinto centenario de la muerte del Infante Don Enrique, "el Navegante".
A espaldas del Monumento a los Descubridores y del estuario del Tajo se encuentra el Monasterio de los Jerónimos, un imprescindible de Belem. Para llegar hasta él hay que atravesar el Jardín de la plaza del Imperio, una monumental plaza con un diseño cuadrado, de estilo formal, que cuenta con una fuente circular y varias estatuas.
Otro Patrimonio de la Humanidad, el Monasterio de los Jerónimos, del siglo XVI, es un ejemplo excepcional del estilo manuelino. Aquí descansan los restos del navegante Vasco da Gama y del poeta Luís de Camões.
Los barrios de Lisboa se comunican mediante calles empedradas muy empinadas, recorridas por tranvías cargados de historia y vías de funiculares. Uno de estos tranvías míticos lo podréis ver en la rua da Bica da Duarte, en Chiado.
Otro funicular pintoresco de Lisboa lo encontraréis en la calçada da Gloria; se trata del Funicular de Gloria, que realiza el trayecto entre la plaza de los Restauradores y la rua San Pedro de Alcántara.
Los tranvías de Gloria y Fuca son de color amarillo (si no están grafiteados), y el interior es de madera y latón. Montar en uno de ellos puede ser una experiencia muy agradable. Y si vais con niños, les encantará.
Las calles altas de Chiado son ideales para perderse. De vez en cuando surge una placita con encanto o un mirador soberbio, como el que muestro en la foto, con el barrio de Alfama al fondo coronado por el castillo de San Jorge.
La plaza de los Restauradores es el punto de arranque de la avenida de la Libertad, un bulevar salpicado de árboles, con espacios para caminar y descansar. Al final de la avenida iréis a parar al parque de Eduardo VII, un gran espacio verde con alamedas.
No entraba en nuestros planes iniciales, caminar más allá del parque Eduardo VII para contemplar de cerca el acueducto de Aguas Libres, una imponente obra de ingeniería del siglo XVIII. No debimos ir.
Esa tarde partimos de Lisboa en el tren de Elvas, un viejo convoy que avanzaba lentamente hacia el este de Portugal por una vía sin electrificar. La locomotora era antigua. Desde la puerta del vagón se podía ver al conductor en su puesto de mando. Me pareció una situación surrealista, como sacada de contexto.
![]() Tren Lisboa-Elvas |
![]() Tren Lisboa-Elvas |
Los primeros kilómetros de la ruta avanzamos por la orilla derecha del río Tajo. Desde la ventana contemplamos el gran río ibérico serpentear entre bosquetes, hasta que lo cruzamos por un puente. Y ya no lo vimos más.
Atravesamos el centro de Portugal por una línea ferroviaria compuesta por una sola vía. A izquierda y derecha se sucedían los campos de siembra y los bosques por igual, y a veces nos deteníamos en poblaciones, como en Torre das Vagens.
A última hora de la tarde alcanzamos Elvas, ciudad situada junto a la frontera con España, a unos 10 km de Badajoz. Ese día el tren no cubría el trayecto entre estas localidades, y decidimos realizarlo a pie. Caminamos 16,7 km, los que hay en línea recta entre la estación de tren de Elvas y el hotel Cervantes de Badajoz, el único alojamiento que vimos abierto a la una de la noche.
Mi paso por Lisboa fue fruto de la más absoluta de las casualidades. En el verano de 1999, durante el Explorerail que realizaba con mi colega Isidoro por España, se nos ocurrió la brillante idea de penetrar en territorio luso por la patilla (el billete no lo permitía), engañando al bueno del revisor.