El principal objetivo, tal y como relato en mi libro "Raíles 1: Tulipanes y vikingas", consistió en alcanzar en tren el Círculo Polar Ártico para contemplar el Sol de Medianoche, con luz constante las 24 horas del día. La magia de Escandinavia y de sus aguerridas vikingas marcó el inicio de nuestra posterior aventura por el centro de Europa, con Suiza como nexo de unión.
La primera parte del Interrail transcurre por el oeste de Europa, visitando París y Ámsterdam, dos viejas conocidas para mí tras el viaje de fin de curso que realicé en mi Instituto a los Países Bajos.
VER PARÍSA continuación penetramos en Escandinavia. Pasamos un día en Copenhague, la capital de Dinamarca. Como hiciéramos en Ámsterdam, aquí también alquilamos unas bicicletas. Vimos la ciudad de maravilla.
Llegamos a Oslo de buena mañana, en el tren nocturno procedente de Copenhague. Vimos el centro de la ciudad, la fortaleza, el puerto y el Palacio Real, y a media tarde partimos hacia Bodo y el Círculo Polar Ártico, en Laponia, en busca del Sol de Medianoche.
VER LAPONIAA partir de Trondheim, el Interrail prosigue abordando un nuevo tren nocturno hacia Estocolmo. Una visita al centro histórico y un fugaz baño en el lago Mälar marcan nuestro paso por la capital sueca.
Una nueva travesía por el Báltico nos conduce a Alemania. Dos días en Berlín, con una buena parte de su muro aún en pie, es la tarjeta de bienvenida a los países del Este, cuyo régimen comunista acaba de pasar a mejor vida.
VER BERLÍNLa bucólica Praga todavía formaba parte de Checoslovaquia en 1989, cuando mis colegas y yo la visitamos. Dos días dieron mucho de sí, mucho más que las fotos que tomamos. Cosas de los carretes y del caro revelado.
Budapest, la encantadora capital de Hungría, nos sorprendió a todos por su belleza y sus precios bajos. Lo que no agradó tanto fueron los cambios de divisas y los férreos controles policíales que nos sorprendieron en las fronteras de estos países. Bendita Unión Europea de hoy día.
VER BUDAPESTEl centro de Europa ocupa la siguiente etapa del Interrail. Un tren nocturno nos lleva desde Budapest a Múnich, ciudad bávara que recorrimos en bicicleta.
En nuestro deambular por el centro de Europa, no quisimos perder la oportunidad de visitar Viena. Dos días fueron suficientes para disfrutar de su rico legado arquitectónico.
La avenida Ring concentra los principales edificios históricos de Viena. Recorrimos a pie sus cuatro kilómetros de longitud, en forma de semicírculo, admirando de cerca bellas construcciones barrocas, como el palacio Hofburg (residencia de los antiguos reyes austriacos), o los museos de Bellas Artes y el de Historia Natural.
Montar en una de las enormes vagonetas de la Noria de Viena, la Riesenrad, fue el único capricho de pago que nos permitimos en Viena (es lo que ocurre cuando tienes veinte años y viajas con Interrail).
Esta brillante etapa concluye a orillas del mar Adriático, en Venecia, la primera ciudad italiana que visitamos durante este intenso Interrail.
Una jornada en la Ciudad de los Canales dio mucho de sí: Puente de Rialto, plaza de San Marcos, Puente de los Suspiros...; en fin, que nos movimos siempre a pie por los principales puntos de interés de la villa.
![]() Puente de Rialto. Venecia |
![]() Plaza de San Marcos. Venecia |
La última parte del viaje la dedicamos casi por completo a visitar hermosas ciudades de la sorprendente y montañosa Suiza. E iniciamos esta apasionante aventura en Lucerna y su lago, el de los Cuatro Cantones, que nos deparó un agradable baño en sus frías aguas.
Lucerna destaca por los puentes medievales de madera que atraviesan el río Reuss: el Spreuer y el Puente de la Capilla, o Kapellbrücke, con su Torre del Agua.
Debíamos emplear una noche en el interior de un tren. Y en la estación de Lucerna apareció el expreso nocturno que unía Suiza con Países Bajos. Relizaba parada en Colonia, ciudad de Alemania emplazada a orillas del río Rin. La visita a su catedral gótica, una de las más monumentales de Europa, marcó nuestro paso por la ciudad.
Zúrich, el motor financiero de Suiza, fue la segunda ciudad helvética que atrapamos en nuestras redes. Nos quedamos dos días, con una estancia en el albergue juvenil situado junto a su espigado lago.
El centro histórico de Zúrich se desparrama por las colinas que abrazan al río Limago. Un paseo por sus calles mediavales debe incluir la orilla del río y la catedral Grossmunster, con sus icónicas torres gemelas.
Suiza constituye el nexo de unión para descubrir encantadores rincones de Europa, como la elitista Costa Azul francesa, capitaneada por Cannes y Niza.
VER COSTA AZULY dentro de la Costa Azul, el Principado de Mónaco constituye un punto y aparte. Aterrizar en uno de los países más pequeños del mundo nos fascinó. Visitamos La Roca, así se llama el casco viejo, con baño incluido en la playa de los Pescadores.
VER MÓNACOLas dos siguientes jornadas del Interraíl transcurren de nuevo en Suiza, cocretamente a orillas del lago Lemán, visitando Ginebra y Suiza. El símbolo de Ginebra es el Jet d’Eau, un chorro de Agua de 140 metros de altura situado en el Lago Lemán.
Nuestro paso por Lausana fue sensacional. Pasamos la mañana en una playa del lago Lemán y por la tarde nos aupamos en funicular hasta el centro histórico.
Queríamos emplear una nueva noche en tren, e Italia se postuló como principal objetivo. El expreso nocturno entre Ginebra y Roma, con parada en Lausana, nos catapultó a la Ciudad Eterna. Llegamos de buena mañana a su estación Central.
No se puede ver Roma en un día, hicimos lo que buenamente pudimos. Y la cosa salió bien. Nuestro paseo comenzó en los Foros Imperiales, desde el Monumento del Vittoriano hasta el Coliseo y el Arco de Constantino.
![]() El Coliseo. Roma |
![]() Arco de Constantino. Roma |
Durante el Interrail habíamos visto una buena parte de los países Europa occidental y central. Y en el corazón de Roma, no quisimos perdernos la Ciudad del Vaticano, el estado soberano más pequeño del mundo. Eso sí, por vestir con bermudas, no nos permitieron el acceso a la Catedral de San Pedro. Qué se le va a hacer.
La visita a la capital italiana continúa por la Roma barroca, la de la plaza Navonna, la de la Fontana de Trevi y la de la plaza de España, con sus escaleras atiborradas de turistas. Una jornada en Roma dio mucho de sí, más de lo que imaginábamos.
Un nuevo tren nocturno nos llevó desde Roma a Suiza. El final del Interrail estaba cerca, y no quisimos perder la oportunidad de visitar Berna, la capital helvética.
Berna nos sorprendió por su bello casco antiguo medieval, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Rodeado por el río Aare, sus calles están repletas de viejas fuentes con figuras.